El Alambique
Manolo Morillo
Betilo
Laurel y rosas
Hoy ustedes no me van a leer a mi, sino que van a leer a veinte escritores y el libro que han -hemos- escrito al amparo de la editorial Navarro. Veinte autores digo, los diecinueve que firmamos los textos sobre esas "Casas inolvidables de Chiclana" y el vigésimo, Domingo Galán, que firma el prólogo y es, además, quien tuvo la idea de que, por fin, pudiéramos al unísono prestar nuestra humilde escritura a esas casas donde vive la historia de Chiclana. "Las piedras hablan y hay veces que hasta gritan. Están deseando que las escuchemos", proclama Domingo Galán en su exquisito prólogo. Y así es: "Nos cuentan para qué sirvieron, a quién acogieron e incluso el devenir no solo de sus creadores, sino de las generaciones que sucesivamente fueron los mantenedores que en ocasiones las embellecieron y ensalzaron y en ocasiones las degeneraron y envilecieron. A veces llegaron incluso a destruirlas, derribándolas".
Diecinueve escritores, diecinueve casas, diecinueve historias que responden cada una a múltiples impulsos: autobiográficos algunos, sentimentales otros, historiográficos los más, literarios unos pocos. "Las piedras hablan y también el amor de sus autores a nuestra querida Chiclana -proclama el prólogo de Galán-. Ellos nos muestran historias interesantísimas, apasionantes y diría hasta curiosas sobre nuestros edificios". Me gustaría presentarles, al menos, sus relatos, que es como hablarles de diecinueve casas que han convocado el interés de los autores por su arquitectura, por quienes la ocuparon, por qué sucedió entre sus muros, o porque ellos mismos la habitaron en su infancia. Unas son palaciegas incluso, otras humildes, aún habitadas, desaparecidas alguna que otra, pero en muchas pasamos ante sus portones sin imaginar, si quiera, qué misterios, qué sueños, qué negocios, qué amores encierran. Aquí están.
La casa que fue un día el hospital de San Martín, y aún es el colegio del Niño Jesús, por ejemplo, en la que Jesús Antonio Serrano Plazuelo nos habla de su vinculación con la Virgen de los Remedios, con el padre Francisco Fernández Caro, con sus orígenes en el siglo XVI. No es menos fascinante el relato de la casa-palacio del conde de las Cinco Torres en la calle García Gutiérrez -más aún con la narración de Eufrasio Jiménez- y el esplendor de la Chiclana del s. XVIII y el comercio americano. Manolo Meléndez engalana el libro describiendo aquel Casino de la calle de la Vega que hoy es "su" Biblioteca Municipal, con los rostros misteriosos de los arcos del patio y el padre Salado… Lo mismo que Paco Montiel con la narración sobre el actual Ayuntamiento, que fue casa de recreo de Alejandro Risso y antiguo hospicio de San Alejandro, en la que revela la correspondencia -privada y romántica- del alcalde Sebastián Martínez de Pinillos a su esposa y cómo este compró la finca y ordenó la construcción de la casa consistorial.
La casa de Manuel Muñoz Martínez y Agustín Herrero Muñoz en la Corredera Baja -de la que abre las puertas en par en par Concha Herrera- y la casa de la Marquesa de Bertemati que tan bien conoce José Luis Aragón Panés. O esas otras tres familiares, entrañables: las que habitaron Luis Chozas -la de su abuela, conocida como la de los Rivera- en la calle Jesús Nazareno, Carlos Cañizares en la calle de la Plaza -donde hoy se encuentra oficina de Turismo, Recaudación, la Delegación de Fomento o Emsisa- y Antonio Belizón Reina en la calle de La Laja. Los tres hablan en primera persona de sus recuerdos, sus infancias, sus nostalgias.
Y esas casas también fantasmagóricas: la de los duendes en la calle Jardines, junto a la iglesia de San Sebastián, en la que entra Enrique Rojas Guzmán. O también en la que Miguel Ángel Bolaños penetra entre obsolescencia y exorcismos: la casa del Obispo que estuvo en la plaza Mayor. Derribada como la de Paquiro, y en la que Rocío Oliva hace una faena romántica viajando al pasado y hablando con fantasmas. Fantasmas también aparecen en el relato que Jesús Romero hace de la casa Briones, que hoy es el Museo de Chiclana, y en el de Paco López de la fonda del Carmen, hoy autoservicio Los Rosales.
Casas olvidadas y con mucha memoria como la del pintor Eduardo Vasallo, número 14 de la Corredera Alta, que rescata Raquel Sánchez, muy cerca de aquella otra en la que nació García Gutiérrez, y que uno rememora en octosílabos. O esa de las Palomas en la plaza del Retortillo, en la que Pedro A. Quiñones Grimaldi persigue el rastro de propietarios -José Moreno de Mora, la familia Carranza- desde que vivieron en ella Frasquita Larrea y Nicolás Böhl de Faber. Y pone a la casa a hablar con sus convencinas: la que ocupó el obispo Rancés y el almirante Biondi, último capitán general de la Armada. Claro que las piedras hablan. Como las de la Casa Brake a la que sube José Verdugo calle Hormaza arriba o aquella otra de doña Carmen Picazo en la calle Virgen del Carmen, en la que nació y vivió Tomás Gutier.
Casas que hace tiempo que merecían un libro y que, si no se lo han regalado en Reyes, tienen que comprar, leer y saborear.
También te puede interesar
Lo último