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El Correo de Cádiz, edición del 28 de junio de 1920, señalaba que "nos honran con su estancia en Chiclana numerosas familias forasteras que vienen a pasar temporada en casas de campo, o a gozar de los beneficios del balneario de Fuente Amarga". Entonces, ya Chiclana era algo más que el "quitapesares" de las familias ricas de Cádiz, que dijera años atrás, entre otros, Antonio Ponz. Y no solo por los entonces famosos balnearios de Fuente Amarga y Brake. "Las fondas vénse repletas de forasteros que organizan pintorescas excursiones a la playa de La Barrosa, ermita de Santa Ana y otros lugares típicos de Chiclana", añadía el periódico gaditano. Tanto que un adinerado cosechero de vinos y reconocido farmacéutico, Rafael Fossi Marissal, comenzó a erigir ese mismo año de 1920 el que sería el primer establecimiento hotelero de La Barrosa: "Se está construyendo en terrenos cercanos a la playa un hermoso hotel, con todos los adelantos modernos, y destinado especialmente a los bañistas que usen de aquellas aguas. Desde el lugar en que se levanta el hotel, se contempla un panorama bellísimo, que hace ameno como el que más aquel trozo de terreno, propiedad del acaudalado Sr. D. Rafael Fossi. Para la próxima temporada de 1921 estará terminado este elegante hotel". Meses después, en agosto de 1920, afirmaba un anónimo corresponsal en el "Diario de Cádiz": "Camino de la playa de La Barrosa hicimos una parada en el molino de Hormaza, hoy propiedad de Rafael Fossi, que está construyendo un hotel monumental". Con este hotel -bautizado como "Gran Hotel La Barrosa" y situado frente a la marisma en "el camino de Sancti Petri, frente al Pinar y Coto de San José"- se inicia el desarrollo turístico de La Barrosa. Ya era escenario de "baños medicinales", pero hasta entonces todo viaje hacia la playa era de ida y vuelta.
En 1924, Rafael Fossi ya había vendido su popular farmacia de la calle Corredera a Domingo Galán Hidalgo y el hotel al isleño José Acosta, que lo reabrió inmediatamente como "Gran Hotel y Balneario La Barrosa". Un impagable folleto publicitario ilustrado fotográficamente con dieciséis páginas y fechado en ese 1924 lo describe: "Se encuentra el edificio completamente aislado, dando su fachada principal frente al pinar, pasando por la puerta de entrada la carretera de Chiclana que conduce a la playa de La Barrosa".
Tenía jardín, terraza y dos miradores: "Al fondo la marisma, la espléndida ribera con sus esteros, con sus blancos caseríos y con sus bellas pirámides de sal". También huerta, estancia para cuarenta vacas y hasta abrevadero de piedra. Pero la estrella, junto al comedor -"jamás pudo soñarse comedor más higiénico, más bañado de sol, ni más saturado de aromas de piñas y marisco"-, era el molino de marea, llamado entonces de Hormaza, y que hasta principios del siglo XIX lo era de Almansa: "Es una verdadera maravilla en su clase y posee un hermoso torreón, desde el cual se admira un panorama fantástico, sirviéndole de alfombra el mar, de techumbre el cielo, de fondo el campo, cuadro que alumbra el incomparable sol andaluz". La florida prosa alcanza su cumbre a la hora de exaltar la inmediata playa: "A diez minutos del Gran Hotel y Balneario creó Dios la incomparable y arenosa playa de La Barrosa, de muchos kilómetros de extensión, cuyo piso está formado de dura y finísimas arena, que permite a los que por ella pasean llegar a orillas del mar como si posaran los pies sobre una alfombra".
El periodista Ignacio Chilla, director de "El noticiero gaditano", firma en agosto de ese mismo año de 1924 una engalanada crónica -inevitable no reproducirla, aunque solo sea uno de sus párrafos- de su estancia en el hotel y en La Barrosa: "La visión es única; lo bastante para proclamarla la mejor playa de España. Extensa, firme, y con un mar plácido como el de la mejor ensenada, tiene el complemento que la proclama singular, de extenderse al pie de un bosque, que permite vivir la contradicción de sostener con una sola mano la red o la caña y con otra la escopeta o el hurón". Desde el coto de San José, la playa era un inmenso pinar -llamado de Galindo- que venía a morir donde hoy justamente está el parque público de La Barrosa, mínimo testimonio de aquel espléndido bosque. Y allí, casi en la misma orilla, cazaban tórtolas y conejos los clientes de aquel hotel.
"Los conejos de estos pinares saben a ostras, porque se nutren de almejas", afirma Ignacio Chilla que le dijo "un maitre de frac" en el "restaurant", que abría día, noche y madrugada. Ni el espíritu visionario de Rafael Fossi ni de José Acosta -"hombre nacido para amo de esto, de aquello y de lo que se le antoje", escribió Chilla- logró que aquel Gran Hotel y Balneario se convirtiera en negocio.
"El sitio de excursiones y de esparcimiento por excelencia. Playa y bosque. Pesca y caza", decía su publicidad. Acosta lo quiso vender al Estado ya en 1926 para sanatorio de tuberculosos; finalmente, acabó siendo años después cuartel de la Guardia Civil. A finales de los ochenta estaba en ruinas y la piqueta lo acabó derribando. Pero aquel "Gran Hotel La Barrosa" vislumbró el futuro.
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