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La historia de Chiclana, como la de Cádiz -y toda la Bahía- cambió en 1717. Tan abrupta, tan radical, tan extraordinariamente que todavía somos hijos de aquel año. Tres siglos se cumplen ahora de aquel episodio: el establecimiento en Cádiz de la Casa de Contratación, que regulaba el tráfico de barcos y pasajeros a Indias, y del Consulado de Comerciantes de Indias, hasta entonces en Sevilla. Ello significó no solo el monopolio del comercio con América -que prácticamente ya lo era, desde 1679, como puerto cabeza de flota- sino que, ante todo, otorga a Cádiz y su Bahía esplendor, opulencia, cultura y futuro. Gran parte -por no decir, todo- de lo que Cádiz es hoy viene de ahí. "Hay un antes y un después. Suelo decir que Cádiz es, básicamente, una ciudad del XVIII, que se retoca en el XIX y se deteriora, en parte, en los siglos XX y XXI", según Manuel Bustos, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cádiz y el principal impulsor del Tricentenario. Y también en Chiclana hay un antes y un después. Y no nos enteramos.
Tanto que esta ciudad por la que paseamos -la arquitectura, el trazado barroco y burgués de su centro urbano, sus monumentos- se constituye a partir de entonces. Ni uno solo de los edificios que son "casas inolvidables", ni una sola de las iglesias tal como la conocemos hoy, por ejemplo, son anteriores a ese 1717. Hasta al punto que, incluso, el primer puente de piedra -de cantería, como se decía entonces, aunque tuvo vida breve- sobre el río Iro se construye al albur de aquel flujo de dinero, de comercio, de nuevos pobladores, de más y más habitantes. A través de ese río, ya se sabe, es por dónde fluye esa burguesía y se fija a su borde, básicamente esa calle de "La Fuente" donde vivían, entre otros, Jerónimo Rabaschiero y Fiesco, regidor Perpetuo Decano de Cádiz. Y sobre la que aún hay mucho por escribir.
Domingo Bohórquez rescató de un legajo una carta de los franciscanos en las que solicitaban fundar un casa conventual -y que no llegó a construirse-, pero que incluye una descripción afortunada sobre la villa y su crecimiento: "Que de veinte años a esta parte ha aumentado mucho la población, como lo testifican las muchas casas que nuevamente se han formado, originando por su buena situación y temperatura, como también lo la cercanía de la ciudad de Cádiz, en donde tanto florece el comercio que ya no puede contener en su recinto la multitud de gente que quiere avencindarse".
Y esa vecindad, gran parte de ella, viene a Chiclana. "El año que marca el punto de inflexión y partida de recuperación de la villa en todos los órdenes será el de 1717", escribió Bohórquez. El censo de Campoflorido -precisamente, fechado en ese mismo año de 1717- daba a la villa una población de 1.670 personas. El del Marqués de la Ensenada, ya en 1766, la fija en 7.443 habitantes. La segunda ciudad en población del Ducado de Medina Sidonia, al que aún pertenecía. "El crecimiento de la villa del Iro estuvo vinculado durante la Edad Moderna al de la ciudad de Cádiz -describió hace ya dos décadas Bohórquez-, de la que se convirtió en abastecedora de productos básicos; lugar de recreo, descanso y segundo lugar de residencia y en zona de inversión de la burguesía comercial gaditana. Todo ello explica su desarrollo demográfico y económico".
Más recientemente, Jesús D. Romero Montalbán ha señalado, por ejemplo: "Entre estas obras hay que destacar, la construcción de la nueva Iglesia Mayor de San Juan Bautista, la ampliación de la capilla de la Vera-Cruz, la nueva iglesia de San Telmo, etc. Pero quizás sea la nueva capilla de la Señora Santa Ana, por su peculiaridad, una de las construcciones más populares de ese siglo de oro que, por circunstancias de la época, está totalmente ligada a señores principales de la Real Casa de Contratación de Indias". Romero Montalbán se refiere a José Manjón y su hermano Francisco, que llegó incluso a presidir dicha Casa de Contratación.
"Es el pórtico del gran desarrollo que tiene Cádiz en todos los órdenes", afirma Manuel Bustos. Y cuando dice Cádiz, Bustos habla de toda la Bahía. Ha escrito -y ha reiterado- lo que benefició a la viña, a la huerta, al desarrollo urbano de Chiclana. Pero Bustos va más allá. No distingue: considera -y cree- en la Bahía como un único territorio que fue "emporio del orbe", que emergió -llega a decir- como una especie de Manhattan del siglo XVIII y que decayó definitivamente con la independencia de las colonias americanas.
Chiclana forma parte de aquel escenario. Y no solo: creció, formó la ciudad que hoy es -para bien, y para mal- sin discusión. Domingo Bohórquez fijó claramente los cimientos de la verdadera -y honda- significación de aquel siglo XVIII en el trazado urbano y, también, en el espacio monumental, como lo hizo además, si es posible decirlo así, en el espíritu de una ciudad que es parte y testigo de Cádiz. Aún hoy, por supuesto. Y que floreció mucho más de lo que nos imaginamos. Y ha perdido -y no lo sabemos- también más de lo que pensamos. Hay tanto que investigar, tanto que escribir.
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