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Jaime Sicilia
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Laurel y rosas
Hace cincuenta años, en el mayo del 68, cuando en París los estudiantes descubrían que debajo de los adoquines era donde estaba el futuro, Chiclana veía nacer su primer instituto de secundaria. De alguna manera, encontramos nuestro propio "mayo francés", la revolución de la educación, con aquel advenimiento del primer centro de secundaria. Claro que entonces no era aún un Instituto de Bachillerato, porque hasta 1974 no obtendría ese rango y el nombre afortunado de "Poeta García Gutiérrez". Nació como sección agregada del gaditano Instituto Columela y, según Quino García -tantos años director y memoria viva del "Tuto", como pronto se le llamaría-, con únicamente 50.000 pesetas de presupuesto, oficialmente, para "gastos de calefacción" en un edificio recién construido en una finca municipal a la sombra mismo de la ermita de Santa Ana, donde todavía está. Y echó a andar milagrosamente, sin bancos, sin pizarras y sin profesores. Eso, sí, 160 alumnos fundadores -previo viaje a Cádiz para matricularse- de ese privilegio, o llamémosle orgullo, que ha sido, es, ser alumno del "Poeta", requiebro nominativo más moderno y de grata popularidad.
Al frente -y a contracorriente- ya estaba el pertinaz José Antonio Rubio: "En los primeros años yo hacía las veces de director, jefe de estudios, secretario… y de milagro no hice de limpiadora". Rubio recurrió a los pocos universitarios de aquella Chiclana, los médicos, para esbozar un mínimo profesorado. En aquel curso inaugural que se inició el 14 de octubre de hace ya medio siglo estuvieron Blas Meléndez o Eugenio García, por ejemplo. O sacerdotes, como Emilio López. El "espíritu nacional" obligaba a dividir esas primeras clases los cursos por sexos -incluso a diferentes asignaturas- mientras se aprobaba el primer presupuesto para mobiliario, llegaban interinos y comenzaba a sembrarse, rápidamente, la "voluntad de saber". Tan rápidamente que al curso siguiente, el 69-70 nace también el turno de noche con 58 alumnos, ese prestigioso "nocturno" que ha sido una de las grandes aportaciones -ciertamente valerosas- a una ciudad en la que, mayoritariamente, un adolescente era ya un trabajador, hoy diríamos "emprendedor". Pasa entonces a depender del Instituto de Bachillerato Isla de León, para, cuatro años después, alcanzar la "independencia", consolidado ya con cuatrocientos alumnos. Uniformados, por cierto, de camisa blanca, jersey azul y gris el pantalón -ellos- y la falda, obligatoria, para ellas.
Hasta hace cincuenta años, hasta que el "Tuto" vino a abrir caminos y conciencias, Chiclana, era una ciudad en la que estudiar fuera -aunque fuera el bachillerato, no digamos ya una carrera universitaria- era inasumible por la mayoría de las familias y, dentro, ni se planteaba. Habría, acaso, cinco o seis "bachilleres". Pero la instauración de aquel primer curso de Bachillerato en 1968 tuvo un rápido eco: supuso una ventana a la cultura, a la modernidad, que rápidamente arraigó porque, además, el país también se transformaba. Así que en 1974, puesto a buscar un nombre, no había hijo predilecto más ilustre que Antonio García Gutiérrez. Ese mismo año el consistorio chiclanero con Carlos Bertón como alcalde -y la voluntad inquebrantable de Félix Arbolí- había conseguido el traslado de los restos mortales del autor de "El Trovador" desde el anonimato de la sacramental de San Lorenzo, donde fue enterrado a su muerte en Madrid en 1884, al "Panteón de Hombres Ilustres" del cementerio de San Justo. Y, por supuesto, el director no podía ser otro que José Antonio Rubio. Le siguieron Guillermo Alonso del Real, Dolores Granja, José María Ruiz y José Antonio Aguilar, que con Quino García como jefe de Estudios, pilotaban ya en 1984 -cuando yo llegué como pipiolo, todavía inocente- aquel gran buque que seguía siendo entonces el único instituto de bachillerato. El Pablo Ruiz Picasso, inaugurado esos años, solo impartía Formación Profesional. El "Tuto" sumaba más de mil cien alumnos y contenía once primeros de Bachillerato. Los hijos del "baby boom" llegamos al asalto…
A veces recuerdo aquellos años como si fuera otro yo el que cruzaba aquel cerro calizo y entraba en un mundo nuevo, efervescente, festivo y apasionado. Era la adolescencia, sí, pero también aquellos tumultuosos pasillos, la campana de Andrés, el bocadillo de tortilla del bar de Antonio, Ángela Nicolás impartiendo Lengua y orden, la vocación de Esperanza Añino, el "día de la Barrosa", las clases de arte de José Antonio Aguilar -alias "Mijita"-, Juanita en la pecera de Administración, el teatro y las "gymkanas", aquella pista de baloncesto para intrépidos. Ahí llegamos como estudiantes y nos fuimos con amigos -hermanos, incluso- inquebrantables, a los que la distancia y la universidad separó en su mayoría. Pero no nos olvidamos unos de otros, ni de aquellos años entrañables. Ya habrá tiempo -de nombrarlos y rehabilitarlos-, solo pretendía apuntar que queda todo un año para que los hijos del "Poeta" alcemos la voz, recordemos y agradezcamos, que todo comenzó hace medio siglo. Incluso habrá que reencontrarse para hacerlo juntos y hasta celebrarlo.
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