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Laurel y rosas
A finales de la década de 1920, un matrimonio británico encontró en La Barrosa su "paraíso en la tierra". Compraron en lo que entonces se conocía como Pinar de Galindo una finca de 20 hectáreas a la que pusieron por nombre "Villa Violeta". Era el nombre de ella: Violeta Buck, mujer culta, hermosa y de armas tomar, nacida en Jerez e hija de un célebre naturalista británico, Walter J. Buck, don Gualterio, cónsul británico, exportador de vinos, propietario de la bodega Sandeman & Buck y del Recreo de las Cadenas -sede hoy de la Real Escuela de Arte Ecuestre-, que había fallecido en 1917. Antes de su boda, doña Violeta había comprado el Castillo de Arcos, en ruinas, para salvarlo del derribo y lo había convertido en su casa. Años después, aún recibía visitas con cemento y palaustre siempre a mano. "Villa Violeta" era el nombre que había elegido el marido para esa finca y esa casa en la que ambos se instalaban cada verano una vez que se casaron en 1928. El marido era un célebre pintor de "pájaros y nubes", gran ornitólogo, amante de la arqueología, que firmaba como W. H. Riddell, aunque todo el mundo le llamaba Bill. Y él debió ser quien eligió aquel emplazamiento de pinares, playa y dorada arena, aún naturaleza salvaje y virgen, deshabitada.
¿Por qué La Barrosa? En un tiempo en que la nobleza y la alta burguesía británica -y jerezana- acudía a Biarritz y San Sebastián cuando llegaba el verano, Bill Riddell se debió enamorar de La Barrosa inmediatamente: "Creo que tenía que ver con lo que hoy es un concepto aceptado, la Gran Doñana, por el que todos los humedales del golfo de Cádiz están interconectados. Para Riddell, estar en La Barrosa era como estar en Doñana, pero más cerca y más habitable", explica Javier Ruiz, cabeza visible junto a Francisco Hortas del proyecto Limes Platalea de la Sociedad Gaditana de Historia Natural. Y un enamorado de Riddell y todo cuanto significa Villa Violeta y La Barrosa para la ornitología. Que es mucho. Porque, para ir paso a paso, Ridell -y doña Violeta, por supuesto- sabían perfectamente qué era Doñana: "Como un fragmento de la soledad salvaje de África, arrancado y especialmente preparado para nuestro disfrute en este remoto rincón de Europa... para nosotros, cazadores, naturalistas y amantes de agrestes desiertos, Doñana representa nada menos que un paraíso en la tierra"…
Riddell y Doña Violeta habían tenido como maestros -y guías- a los dos naturalistas que mejor la conocieron, más la defendieron y aún todavía más la difundieron en todo el mundo. Y lo habían tenido muy cerca. Uno era el padre de Doña Violeta, William J. Buck. Y el otro, uno de los grandes naturalistas británicos de todos los tiempos, también de origen bodeguero, Abel Chapman. Ambos, Chapman y Buck, escribieron dos libros extraordinarios y adelantados a su época "La España agreste" (1898) y "La España inexplorada" (1910). Y ambos formaron parte de los denominados "escriturarios" que regularon la caza en Doñana e hicieron posible que hoy sea Parque Nacional. Chapman, además, fue quien presentó a doña Violeta -a quien había prohijado tras la muerte de Buck- a Bill Riddell, que era uno de sus mejores colaboradores, porque nadie como él era capaz de captar en sus ilustraciones, en sus lienzos, el alma de la naturaleza. Riddell pintó La Barrosa y esa ornitología extraordinaria que iba descubriendo entre los arcos de Villa Violeta. Es célebre su descubrimiento de la denominada "golondrina de las mezquitas", la golondrina daúrica (hirundo daurica), que nunca se había avistado entonces en Europa y estaban ahí, anidada en el porche de Villa Violeta. Y de lo que dejó reflejo en uno de sus magníficos gouaches.
Británicos como eran, Riddell y doña Violeta, en la elección de aquella hermosa finca debió de pesar también el recuerdo de la batalla del 5 de marzo de 1811, cuyos "restos" se dedicó a recolectar rastreando la playa, los pinares, entre Torre Bermeja y Torre Barrosa, como los británicos llamaban al torreón de la Cabeza del Puerco. Y de La Barrosa era también para ellos aquella Batalla de Chiclana, como se le denominó entre nosotros. En los años 40, Violeta Buck cedió a su cuñado, don Guido Dingwall Williams Humbert la casa y la finca, que ocupaba la actual urbanización y proseguía hasta la misma orilla, incluido Los Drogos, entonces una casa de invitados. Don Guido, también bodeguero y naturalista, devoto británico, prosiguió la sacralización de La Barrosa como escenario ilustre de aquella heroica batalla ganada por los británicos a los ejércitos napoleónicos y, sobre todo, hizo de Villa Violeta lugar de peregrinación de los más ilustres ornitólogos británicos. Fueron los precursores.
Hoy, toda La Barrosa, con sus miles de bañistas y su ocupación urbanística, sigue siendo un "paraíso ornitológico", gracias al descubrimiento de Javier Ruiz y Francisco Hortas hace apenas siete años. Una 15.000 espátulas con su pico redondeado y su plumaje blanco, las aves más grandes y emblemáticas de la ornitofauna europea, la cruzan entre julio y octubre destino a África. Un espectáculo único del que hay mucho que contar.
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