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En el extraordinario ensayo titulado "La imagen de tu vida" (Galaxia Gutenberg), el filósofo Javier Gomá (Bilbao, 1965) culmina su brillante reflexión en torno a la ejemplaridad -tema al que ha consagrado toda su obra- escribiendo sobre la muerte y la memoria.
"La ejemplaridad de una persona, gestada lentamente mientras vivía -afirma-, se ilumina tras la muerte en la imagen que deja en la conciencia de los demás: allí se hace general, definitiva, paradigmática". Como la ejemplaridad de José Antonio González Morales: el épico empresario, el hombre valiente, el mecenas generoso y, desde ayer, el hijo predilecto de Chiclana. Pensé en Gomá y su definición de la vida como "la lenta gestación del ejemplo póstumo" al recordar a José Antonio González, fallecido el año pasado a los 85 años, la misma edad que tenía el padre del filósofo cuando murió y su hijo le escribe esa monumental elegía que es la obra de teatro "Inconsolable", pieza central de "La imagen de tu vida".
Pensé en Gomá y su exaltación al padre desaparecido oyendo a Miguel González -el amigo generoso, el conversador inagotable, el empresario renovado- recordar a su padre: "Mi padre era una persona que encontraba luz cuando todo el mundo veían sombras".
A Miguel, su padre le sigue acompañando todos los días, no hay ni uno solo en el que no comparezca para inspirarlo a él y sus hermanos. "Fue un gran padre, un amigo, que nos motivó, que nos ilusionó, que en los momentos más difíciles siempre estaba con nosotros". Es la manera que ha encontrado de afrontar su emoción y, como Gomá, su propia orfandad. "Ante todo nos dejó valores, los más importante: el espíritu de lucha, de trabajo, de libertad, de fraternidad", sigue proclamando Miguel. Habla de una ejemplaridad dinámica, abierta y en movimiento, porque seguimos descubriéndola cada vez más nítidamente con el tiempo que pasa y la imagen de aquel hombre -de su padre- va deshaciéndose de lo banal hasta quedarse en lo esencial, en lo trascendente, en el ejemplo para todos los chiclaneros.
Decía Gomá rememorando a su progenitor: "Solo lo negativo muere. Lo positivo sigue vivo en mí, en todas las cosas que he heredado de él, que me ha transmitido, que he aprendido". Y es como escuchar a Miguel, ayer, anteayer, tantos días, cuando nos habla de ese padre predilecto y hombre en modales señorial, austero de hábitos, desdeñoso del grosero materialismo, abierto a una religiosidad libre y dotado de una notable elegancia natural. "Él siempre decía que es más importante el ser que el tener", recuerda Miguel. Y así era. Así es.
Cervantes hizo escribir al bachiller Sansón Carrasco el epitafio de Don Quijote: "La muerte no triunfo´ de su vida con su muerte". La ejemplaridad sobrevive, de ella brota todo lo que hace la vida digna de ser vivida: el amor, la ternura, la compasión, la religión, la solidaridad. "Él quiso devolver a la sociedad lo que le había dado", dice Miguel a propósito de la fundación que creó su padre ya en los años ochenta bajo el amparo de su empresa, Vipren, y de ese volcarse en el deporte, en el arte, en todos los libros que desprendidamente publicó.
Tanto que sin José Antonio González todos estamos más solos y más desangelados, somos más incultos y acaso permanecemos más perdidos. Es como sostiene Miguel: "Era un defensor de la sociedad civil". Él, que no hizo más que sembrar, no pudo ni siquiera recoger lo que merecía cuando la crisis apareció con sus garras, los bancos con su hambre y la administración con su indiferencia. Predilecto ya sabíamos que era, como lo es -y será- Miguel, el hijo, el empresario, con su locuaz ternura y sus ganas siempre de ayudar. Escribo del padre y pienso en el hijo, en Miguel. Y en las reflexiones que comparte Gomá, tan lúcido y tan primordial. "Cuanto más ricos somos moralmente, más injusta es nuestra aniquilación -afirma-. Vivir consiste en elevarse a esa excelencia moral que haga evidente y hasta escandaloso el hecho injusto de que tengamos que morir. Aquel cuya individualidad es una invitación a una vida digna y bella, no debería morir nunca".
José Antonio González vivió hasta el último día. Dejó en su inmensidad más de siete mil quinientos folios manuscritos de memorias, anécdotas, verdades, admoniciones, correlato de aquellos que apreciaba y también de quienes veía mezquinos. Ahí están recogidos su carácter y su valentía, sus pensamientos y sus enseñanzas. Miguel no ha hecho más que comenzar a leerlos. Y espero que algún día publique el que será, de todos, el mejor libro de la Fundación Vipren. Ese en el que podamos confirmar lo que Gomá ya nos dice que es la definición de ejemplaridad póstuma, y que en el caso de José Antonio González Morales es innegable: "Vive de tal manera que tu muerte sea escandalosamente injusta".
Ya era hora de que comenzáramos a devolverle lo que dio por esta ciudad, por todos, por su familia. Era un hombre memorable, en ese sentido al que se refiere Javier Gomá: "Capaz de legar una imagen luminosa, digna de perduración en la memoria de la gente". En eso debe consistir vivir. Tan simple y tan difícil. La ejemplaridad de José Antonio González.
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