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Cuando el mundo giró entorno a Cádiz, el río Iro fue el afluente económico y, sobre todo, social que le unió a Chiclana. Hace 300 años, con el traslado desde Sevilla a Cádiz de la Casa de Contratación y del Consulado de Comerciantes de Indias, la villa de Chiclana vivió también una profunda transformación urbana, que tuvo como eje el propio río Iro, vía por la que fluían las ricas familias comerciantes y, como relata el cronista portuense Enrique Pérez Fernández, "su afamado vino, aceite, hortalizas y frutas de sus huertas y haciendas".
Era Chiclana entonces, además, "la puerta de acceso desde la Bahía a la Sierra de Cádiz y al campo de Gibraltar", según Pérez Fernández. Y, sobre todo, "un verdadero sitio de recreo para las gentes acomodadas de Cádiz, que van a distraerse de continuo de sus tareas mercantiles", como escribió Pascual Madoz años después. Tanto que el centro urbano se desplaza a lo largo del siglo XVIII desde la Plaza Mayor y la Corredera Alta hasta la calle La Fuente y Vega. Es decir, a la ribera del río. "Los gaditanos van a Chiclana a solazarse. Con viento y marea favorable, no se tarda más de dos horas", según comprobó en 1785 el diplomático y viajero francés Jean-François Bourgoing.
En esa calle de La Fuente construyeron casas de recreo y, sobre todo, pequeños embarcaderos particulares a la orilla del río, nombres más que significativos del comercio con América. En 1786, tenían muelles en el río Iro, al menos, los acaudalados Nicolás Macé Pain, Antonio Tomati y Sebastián Lasqueti Roy. Lo sabemos por la investigación del Grupo Iro XXI, que ha revelado, por ejemplo, como ese mismo año "una misteriosa y rica mujer, Doña Andrea Chacón, comienza a construir otro muelle una vez que recibe la autorización del XV duque de Medina Sidonia, señor que aún lo era de la villa de Chiclana".
Andrea Chacón había comprado la finca que hoy ocupa el número 2 de la calle La Fuente y que, al menos, entre 1703 y 1760 fue propiedad de Jerónimo Rabaschiero y Fiesco, regidor Perpetuo de Cádiz, y luego adquirida por el escribano mayor de la Casa de Contratación, Juan Antonio Montes.
El Tricentenario -los funcionarios, los propios comerciantes, de la Casa de Contratación y del Consulado de Indias- llegó a Chiclana por el río, como desde el siglo XV se viajaba -y comerciaba- con Cádiz. No había otra. "No hace muchos que llegaban por este río embarcaciones pequeñas, hasta las escalas que todavía existen dentro del pueblo", según narró Madoz en su famoso "Diccionario geográfico, estadístico e histórico de España" (1840).
Enrique Pérez Fernández, en su reciente libro "De El Puerto a Cádiz. Los barcos de pasaje en la Bahía de Cádiz. Siglos XV-XXI" (El Boletín Ediciones), cuenta como las "comunicaciones fluviales" entre Chiclana y la entonces Isla de León -y con ello hasta Cádiz- fueron "a través de los caños que se abren paso en este espacio interior de la bahía y que como eje vertebrador tienen el caño de Sancti Petri". Y además del río Iro, por el caño de Bartivás, alternativa de viaje porque, como ya entonces advertía Madoz, al río Iro le iba faltando calado: "Las arenas que han traído las aguas que bajan de los montes lo han cegado en términos de estar seco en los alrededores del Puente Chico, distante 100 pasos del Grande, en el cual hay más o menos cantidad de agua marina, según las mareas".
Antonio Ponz narró esa travesía en 1791: "Embarcados, pues, en el canal de Sancti Petri, inmediato a la Isla, y en el embarcadero o costa que llaman de Saporito, fuimos navegando, y durante este tránsito, que fue de una dos leguas hasta Chiclana, se redujo la conversación a cosas grandes y curiosas pertenecientes al sitio donde estábamos".
Ponz desembarcó en el muelle de Bartivás y llamó a Chiclana "desahogo y quitapesares de los vecinos ricos de Cádiz". Así fue, sobre todo, durante el siglo XVIII y, al menos, durante las primeras décadas de 1800, cuando el capitán Juan José Lerena proyectó a fines de 1845 un canal artificial para unir con vapores de hierro Cádiz, San Fernando y Chiclana a través de la marisma. ¡Qué osadía!
El Conde de Maule volvió a hacer la travesía entre Saporito y Bartivás en un falucho en 1813 y dejó dicho del río Iro que "ya no suben los barcos tan arriba", seguramente, "por haberse llenado de arenas". Ya no se podía embarcar en la "Alameda de Chiclana", como quería Francisco Solano, gobernador de Cádiz.
En 1807, el propio Solano impulsó dos infraestructura que suponían una transformación para la comunicación de Chiclana con la Bahía, transformación que tardó en llegar porque lo que llegó fue la guerra, el dolor y los franceses. Antonio Alcalá Galiano las describió así: "El pueblo de Chiclana, lugar de recreo entonces preferido de los gaditanos, le debió mucho [a Solano], haciéndose para él un camino de carruajes bueno y cómodo, y estableciéndose en el caño de Zurraque, que le atravesaba, una excelente barca". El río ya no era imprescindible. Chiclana comenzó a darle la espalda.
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