Juan Carlos Rodríguez

La "sal mágica" de Pepe Mier

Laurel y rosas

28 de mayo 2017 - 02:05

Según el historiador francés François Dosse, la historia es, ante todo, "una máquina para capturar escenas". Una definición que recordé mientras leía "La sal mágica del caño de Sancti Petri" (KBA Ediciones), la primera novela de Pepe Mier. La frase de Dosse surge de modo inevitable porque este libro es, esencialmente, un canto y una reivindicación de Chiclana. Su historia y su pasado son, de modo indudable, el gran protagonista de esta novela que transpira devoción y orgullo. Pepe captura escenas fundamentales de nuestra historia, las rescata y reescribe, para dárselas al lector, como él mismo apunta, de una manera "más atractiva y accesible". Y a través de esas escenas piensa y escribe sobre la ciudad y cómo hoy debemos verla: el templo de Melqart y la visita de Anibal Barca, la dominación romana y la excelencia del famoso "garum", el Duque de Medina Sidonia entre almadrabas y salinas en el siglo XVI, la ocupación francesa...

Pero todo relato necesita un río que la atraviese, que sirva para darle cohesión y sentido literario. En la novela de Pepe Mier es la sal marina: su producción, su cultivo, sus usos, en la infinita marisma que nos rodea a través de los siglos. Pero esto mismo podríamos decirlo de otros muchos modos, porque Pepe trasluce a lo largo de las casi trescientas páginas la necesidad de reivindicar a los salineros, de corresponderles con un homenaje, con un acto de justicia aunque sea literario. Y, además, desprende una innegable voluntad de descubrirle, de abrirles los ojos al neo´fito sobre el valor cultural, social y etnográfico de las salinas en nuestro pasado más lejano, pero, también, más cercano e inmediato. "La sal y sobre todo su extracción del agua de mar en las salinas siempre me deslumbró, desde muy pequeño me llamaban la atención los salineros que pasaban, con su capacha, por el Retortillo hacia la marisma", confiesa en el prólogo. Y eso mismo es lo que exhibe esta novela: la historia de un deslumbramiento y, también, de la ilusión que le produce, a su vez, contagiar al lector de esa misma devoción salinera.

Esa fascinación habita en el narrador, en ese "yo testimonial" que va contando en primera persona al lector y en el que encaja el propio Pepe Mier. Pero el peso de esa narración -y de gran parte del relato- recae sobre Juanito. Es el homenajeado. El salinero que situado en la Chiclana de mediado de siglo XX cuenta, explica, muestra, revive qué, cómo, cuándo, dónde, por qué existen las salinas en Chiclana. Eso sí, siempre a pie por la salina "La imperial", por "La Pastorista" a veces, o acodado con una copita de fino Reguera en "El Rincón" o "El 22", en La Banda, en la misma orilla del río Iro y frente a la marisma. Esa lección de vida que va dando Juanito es biográfica en el sentido que ocupa toda su vida, desde que, con ocho años, ya fuera un "hormiguilla" yendo y viniendo del tajo al salero con una recua de bestias. "Desde entonces y hasta su final siempre le llamaron Juanito, pues los años no lograron hacerlo mucho más alto. Siempre fue pequeño como un charrancito…".

En ese mismo Juanito, en ese personaje construido de testimonios reales, en el manejo y análisis de los datos etnográficos e históricos que aporta, en esa manera de descubrir lo importante en lo menudo, en restituir los marcos históricos y sociales, en abordar una antropología entendida como un modo de ver y de estar en el mundo, recae la atracción del relato construido por Pepe Mier. Y a partir de él podemos afirmar que "La sal mágica del caño de Sancti Petri" es un extraordinario -por lo poco frecuente y lo rápido que hemos olvidado- homenaje a los últimos salineros, los que nacieron y murieron sobre la marisma durante el siglo XX. Una raza, si podemos llamarla así, de sal, sol, brisa y viento, como Juanito y su abuelo Antonio, ya desaparecida. Y, sin la vida, no podríamos leer ni fantasear historias, como dijo Vargas Llosa.

Pepe Mier ha creído conveniente para narrar esta historia de la sal de Chiclana usar ciertas herramientas de la ficción. La historia se convierte así en una estructura sobre la que se escribe una ficción y para ello se sirve de lo anecdótico. La novela traza un relato -al fin y al cabo, nuestra historia- que alienta a través de esa "sal mágica", ese filtro de amor, esas lágrimas de Adriana -la amante ibera de Aníbal que inventa el autor- que caen sobre la sal en el Coto de la Isleta y que a lo largo de los siglos algunos de los personajes ficticios -y reales- van recolectando sobre el mismo caño de Sancti Petri. Ya había ofrecido algún breve adelanto en libros de Navarro Editorial, como "Fantasmas y Monstruos de Chiclana" o "19 huellas". Es esa "sal mágica" la que provoca amores fieles -ciertamente imposibles sin su ayuda- y sirve para darle a la novela páginas ciertamente sentimentales, pero sobre todo para sazonar un mito a través del cual se cuenta la Historia, con mayúsculas. Y, como colofón, sirve para mostrar un tesoro gastronómico, como es la Sal Marina Virgen y, en concreto, la ahora tan valorada -y recomendable- "flor de sal" que no debería faltar en ninguna casa. Como el libro.

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