La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
El follón catalán me ha distraído del centenario de la muerte del escritor francés Léon Bloy, que se conmemoró el viernes. Supongo que a Bloy, tan orgulloso de su marginación, le parecía natural que se nos pasara homenajearlo por tamaño jaleo mezquino. Él tenía, además, poca ley a los periódicos. Tanto que es suya una de las frases más maravillosas sobre la crisis de la prensa, aunque fuese sobre otra crisis más alta que la que ahora tenemos encima. "Si quiero saber qué pasa" dijo, "leo a San Pablo". No internet, eh, San Pablo.
A Bloy, por tanto, le extrañaría que le dedicase un artículo aquí y ahora. Presumía de sus humillaciones y quién sabe si no hubiese preferido un centenario de su muerte en la intimidad de su puñado de lectores fervorosos y esquinados. Yo llevaba con impaciencia su pesimismo, su malhumor y sus improperios hasta que vi que le pasaba igual a su novia. Bloy le advirtió: "No tomes demasiado en serio mis lamentaciones. Soy muy desgraciado y, además, ¿quién sabe?, acaso se mezcle en la expresión de mis tristezas, sin que yo me dé cuenta, un poco de literatura".
Ese poco de literatura era una pose, pero también una profecía. No siempre tenía razón en sus críticas al progreso, a la tibieza del clero y a la mezquindad de los burgueses, pero a menudo sí. Y siempre la tuvo en la lección de su libertad absoluta de pensamiento y expresión, no sólo contra la censura, sino, sobre todo, contra su propio interés. El corazón, detrás, lo mantenía puro: "Mi cólera no es más que la efervescencia de mi piedad".
Bloy es dulcísimo cuando, con su torrente de voz, nos da la razón. Por ejemplo, en su defensa acérrima del yo en literatura. O en esta frase: "La Verdad, tú lo sabes, es uno de los nombres de la misericordia", que grabaría en mármol. Es hilarante cuando apunta a los otros: "Se dice de un hombre que es razonable como las putas dicen de un cliente que es muy serio". Pero resulta imprescindible cuando nos hace daño: "Lo dije un día a algunos imbéciles que creyeron que expresaba un pensamiento bajo y cínico, cuando en realidad les daba una síntesis del más trascendental simbolismo: 'Reconozco a un amigo por este signo: me da dinero'". Es oírlo y me escuece como alcohol sobre la herida de mi cicatería.
"Sólo hay una tristeza y es no ser santos", diagnosticó Bloy a la vez que su obra y su vida, que pueden y deben dolernos, nos ayudan a serlo: santos, felices.
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