Enrique Gª-Máiquez

Aliño indumentario

Su propio afán

16 de noviembre 2017 - 02:03

En cuestiones de armario, yo llevo a los Machados con el paso cambiado. Delante del ropero me pongo muy antoniomachadiano y hago gala de un profundo desdén por las cuestiones de vestimenta: "Ya conocéis mi torpe aliño indumentario". Hasta ahí, bien, homenajeo al maestro y me visto cómodo y rápido. Lo malo es que, en cuanto piso la calle, me vuelvo ipso facto rematadamente manuelmachadiano -Manuel es otro de mis mayores- y, en pleno ataque de dandismo sobrevenido, lamento mis pintas y me arrugo (más). Parece mentira, pero me pasa a diario, desde hace siglos, y no aprendo. Como me niego a renunciar a ninguno de los dos maestros, no sé por qué no soy un dandy a la hora de vestirme y un desaliñado bohemio después. Vestiría mucho mejor, viviría más despreocupado e, incluso, si más tarde quisiera estropearme, tendría arreglo. Podría sacarme la camisa sobre la marcha o manchármela o así. Con el desordenado orden de los factores de ahora, luego ya no hay remedio.

El único arreglo posible es que mi mujer me saque la ropa. Su abuela lo hacía con su abuelo, que ha pasado a la historia de Cádiz como uno de los señores más elegantes jamás vestidos de punta en blanco. Yo no llego a tanto, pero mis alumnas se dan cuenta y me dicen: "¿A que hoy te ha vestido tu mujer?" Y es que sí. Hay que ver lo que saben.

Tengo un amigo que de mortificación en cuaresma vestía mal a sabiendas. No concibo una penitencia más dura. Yo, con hacerlo a ignorancias, no a sabiendas, quiero decir, con mi inconsciencia luego arrepentida, ya tengo de sobra. Y con esa cuestión conyugal. Porque mi mujer me viste muy bien, pero nunca como a mí me gusta del todo. Tiende a extralimitarse y a innovar. Un color demasiado atrevido de camisa. Unos zapatos de ante. Un cinturón de fantasía. No llega a mortificarme, pero me parece una bonita ocasión de hacer una micro rendición matrimonial, casi una cesión de competencias, una vuelta al centralismo, sabiendo además, como saben mis alumnas, que el resultado mejora mucho con respecto a mi gobierno autónomo.

Lo único de lo que me quejo es de que, al haberme sacado ella la ropa, aumenta su responsabilidad por su obra. "Quítate las gafas". "Anda recto". "No te manches". "Métete la camisa". "Súbete los calcetines". Etc. Si algún día, por casualidad, me ve usted muy bien vestido y pizpireto, ya sabe que el mérito no es mío ni de Manuel Machado, siquiera, sino de mi mujer.

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