Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Su propio afán
Los jóvenes columnistas de moda hablan de fútbol y series. Lo intenté con el fútbol y conseguí que varios amigos del Barça, que nunca dan señales de vida, me escribiesen whatsapps furibundos. No me compensó. Lo voy a intentar ahora con una serie antes de darme como imposible para el puesto de columnista joven de moda, cronología aparte. ¿Han visto Big Little Lies? En realidad, no es del todo necesario, aunque está bien. Yo me animé porque va de las relaciones entre los padres y -sobre todo- madres de unos niños de 1º de primaria, justo la clase de mi hija, de la que mi mujer y yo somos padres encargados. Vi la serie como trabajo de campo: por sentido del deber.
Luego, me animé mucho porque allí muere alguien y en el chat de la clase no hemos llegado a eso. No perpetro ningún spoiler, como dicen los jóvenes columnistas de moda. Desde el primer momento, la serie tiene una curiosísima estructura con suspense doble, pues te avisa de que habrá un asesinato, pero no te dice ni mu ni del muerto ni del matador.
El meollo de la trama, en realidad, consiste en ver cómo las tensiones al llevar a los niños al colegio y recogerlos y en las casas van condensándose y electrificándose hasta un grado difícil de soportar. Resulta llamativo que, cuando se desata el desenlace, que no voy a desvelar aquí ni importa, se produce un efecto balsámico inmediato y todos los conflictos, algunos, sí, relacionados con el caso, pero otros no, en absoluto, pero todos, digo, se disuelven como un azucarillo en la presencia sanadora de la sangre. No se vuelve a hablar de ellos. Nadie hace autocrítica ni, mucho menos, un examen de conciencia. No se pide perdón. La última escena en la playa es idílica, casi celestial. Es gracias al cadáver. Eso pasará desapercibido a la inmensa mayoría de los espectadores y probablemente al guionista, pero no a quien haya tenido ocasión de leer a René Girard, al que tanto recomiendo. Él explica cómo en las sociedades paganas se busca una víctima sobre la que focalizar las tensiones crecientes de la convivencia. La serie encaja pieza a pieza en su esquema, siendo una prueba más de que, en una sociedad descristianizada, vuelven sigilosamente los viejos modos sacrificiales. En lo colectivo es desolador. (Y en lo personal, porque a ver qué carrera de joven columnista hago yo, ¡a mi edad y escribiendo de filosofía y cristianismo, y no de fútbol, ni siquiera de series!)
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