Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Su propio afán
Es un consejo estupendo, aunque sea publicitario: "Quieréteme". Mi primera duda fue si dedicarle o no el artículo, haciéndole el juego comercial a los grandes almacenes que lo usan como eslogan para estas rebajas. Lo pensé del revés: si el anuncio me pareciese malo, ofensivo o idiota, seguro que le propinaba una columna. Si me gusta, ¿por qué no? Desenfundamos mucho más rápido la sátira que el elogio, y habría que aspirar al equilibrio de la equidad.
Tengo que precisar, de todas maneras, que el anuncio no me gusta por las rebajas ni por su incitación a demostrarse el aprecio dándose unos caprichitos. Me entusiasma por la expresión y, en concreto, por su uso extremo de los pronombres. Los dativos dan mucho juego. Este verbo ("quiéreteme") tiene dos. Más o menos lógico y reflexivo, el primero: el "te" de quererse. Había que explicarle al imperativo a quién tiene que querer. Lo llamativo es el segundo dativo, ese "me" que inyecta una interesante e intensa afectividad a la orden. Es el mismo caso de "el niño me come bien", que dice una madre aliviada y orgullosa.
La secreta gracia poética consiste en una sutil redundancia. El "me" incorpora al verbo "querer" otro querer superpuesto y superior. Y, a la vez, contrarresta y anula, ¡animándolo!, el egotismo del "te". Lo mejor es que así conecta con una de las exigencias más hondas del amor, que no pide tanto que a uno le quieran, sino que la persona amada se ame a sí misma. Porque la felicidad del amado es la prioridad del amante. El amor piensa: "Quiero para ti lo mejor mío, que es mi amor por ti, así que quiero que te quieras como te quiero". De rebote, quien bien se quiere sabrá querer, porque tiene experiencia. Y, finalmente, querrá, a su vez, que tú también le te quieras mucho.
Lo explica diáfanamente Dante: en el Paraíso (y cualquier amor es ya el paraíso) la felicidad de unos se refleja en otros y se multiplica limpiamente, sin desgaste, como la luz en los espejos. Que el lenguaje sabe latín ya lo sabíamos, pero a veces también la gramática es sabia. Esta forma gramatical se llama "dativo ético", ¡y vaya si lo es! Tenemos el deber, con quienes nos quieren, de querernos; de entregarles nuestro amor propio con la desbordada generosidad de un paradójico egoísmo; de hacer feliz al otro con nuestra intransferible felicidad íntima. En eso, aunque el anuncio sea de rebajas, no podemos permitirnos demasiados descuentos.
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