La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
El día contra el acoso ha dejado estupendas declaraciones de intenciones y dramáticas estadísticas. Como estoy encargado de la disciplina en un instituto, es un tema que vivo a pie de obra, y no un día, sino muchos. En mi experiencia, no es tan dramático, aunque el mérito reside en los alumnos, fundamentalmente, en sus familias y en los profesores. Cuando algún alumno se queja de algo, en la inmensa mayoría de los casos, ha bastado hablar con los compañeros de los que se quejaba para que éstos entendiesen que estaban molestando, casi siempre medio sin querer.
Con esto, no quiero restar importancia al asunto; ni con lo que sigue. Con todo, hay una reflexión que he echado en falta. Antes (en mis tiempos) toda la presión recaía sobre el chico acosado, que tenía que ser fuerte o, como mínimo, apechugar. Ahora se han vuelto las tornas y toda la presión cae sobre los supuestos acosadores. Hemos mejorado, sin duda.
Pero quizá deberíamos mantener, a efectos pedagógicos, unos gramos de la concepción antigua, que confiaba en que la víctima podría resolver sola el problema (o sea, no ser una víctima). Manuel Jabois se preguntaba en Manu, el libro que escribió mientras esperaba el nacimiento de su hijo: "¿Qué quiero para él?" Y, entre otras cosas, respondía: "Que pase miedo por meterse con el matón de clase, pero no el suficiente para callarse; que le casquen y que casque él también un poco". No diría que Jabois es un prodigio de delicadeza, desde luego, porque también deseaba "que se rompa un brazo de vez en cuando por estar haciendo funambulismos estúpidos", como si no bastase un rasguño ocasional. Pero hay que reconocerle un instinto caballeresco en el deseo de un hijo capaz de encararse con el abusón.
También habría que desearles a nuestros hijos el humor y el desdén suficientes para no sentirse ofendidos por todo; la autocrítica para asumir que algunas puyas, incluso con mala leche, pueden ser verdaderas y que, contra lo que cantaba Serrat, la verdad a menudo es triste, pero tiene remedio. Claro que para enseñarles eso, tendríamos que darles ejemplo, y nos está quedando una sociedad quejumbrosa y gemebunda, con muy poca gallardía para plantar cara al matonismo de lo políticamente correcto e indiferente (esto es lo peor y el peor ejemplo) con el acoso al prójimo o, incluso, dispuesta a abusar de quien se ponga a tiro. No me extraña que veamos bullying por todas partes.
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