La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Su propio afán
El Juzgado de lo Penal de Madrid la había condenado, pero la Audiencia Provincial, con más mando en plaza, ha absuelto a Rita Maestre del delito de profanación por el asalto a la capilla de la Complutense, torso en ristre. No existe profanación -han fallado-, sino una actitud irrespetuosa. Lo chocante es que la RAE define "profanación" como "tratar algo sagrado sin el debido respeto". Sí, han leído bien. Es como si la Audiencia fallase que no hubo robo, sino apenas toma para sí con violencia o con fuerza de lo ajeno, y que, por tanto, el neo poseedor era inocente cual paloma. Ya.
Yo estaba más de acuerdo con el texto de la fiscal, en lo jurídico, en lo lógico, en lo ético y, desde luego, en lo literario. Rezaba: "Es obvio que las señoritas están en su derecho de alardear de ser putas, libres, bolleras o lo que quieran ser, pero esa conducta realizada en el altar, espacio sagrado para los católicos al encontrarse allí el Sagrario, lugar donde según sus creencias se encuentra su Dios, implica un ánimo evidente de ofender".
Esta nueva sentencia sólo puede explicarse por una torsión creativa de la justicia que ensucia sus togas con el polvo del camino (el del progreso, naturalmente). El Centro Santo Tomás Moro había pedido la recusación de uno de los magistrados, el ponente, para más INRI, porque es secretario de una ONG a la que el Ayuntamiento de Madrid cedió una nave. Además, llama la atención la exquisita sensibilidad jurídica que la Justicia ha demostrado cuando el objeto del irrespeto ha sido una mezquita.
Con todo, conviene seguir el consejo del poeta Jesús Montiel: "Hazme caso: sospecha de ti siempre que puedas". Para salvar la lógica de la situación, sólo cabe una posibilidad. Si reconocen que Maestre fue irrespetuosa en la capilla y, a la vez, una profanación es la falta de respeto a lo sagrado, y nos dicen que no profanó, la explicación debe de ser que los magistrados no perciben la capilla como sagrada. Y ahí es donde nosotros hemos de sospechar de nosotros.
Los jueces pueden tener la fe que quieran o ninguna. No creo que ninguno sea un musulmán fervoroso, pero acostumbran a ver (con temblor) el halo de la mezquita. Somos los católicos quienes hemos de recordarles, con nuestra piedad y, llegado el caso, con nuestra indignación que una capilla, un altar, un sagrario, una sagrada forma son sagradas. Tendremos, me temo, próximas oportunidades de demostrarlo.
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