Enrique Gª-Máiquez

Leche frita

Su propio afán

12 de enero 2017 - 02:02

Una vez estuve en La Moncloa y me tomé un sándwich. No fue una visita tan glamurosa como la cena de Albert Rivera, pero resultó instructiva. Percibí la erótica o, al menos, la retórica del poder. Y eso que no vi ni a Rico, el perro de Rajoy, pointer inglés al que se podía atisbar, me aseguraron, si había suerte, por entre los árboles.

Fíjense si tendrá glamour La Moncloa que la cena formaba parte de los pactos de investidura. "Lo que pactamos en su día el señor Rajoy y yo fue hacer una cena o una comida cordial de reconocimiento al trabajo de nuestros equipos", ha declarado Rivera, orgulloso de su capacidad de alcanzar acuerdos sustanciosos. Es llamativo lo que les ha costado: "Lo teníamos pendiente desde agosto, quedamos en que había que cenar un día y se ha ido retrasando...", han declarado las fuentes, no las de comida, las de información. En esto, sí nos representan, son como todos los españoles, que nos pasamos la vida conjurándonos: "Tenemos que vernos", "A ver cuándo quedamos", "Hay que cenar juntos", etc.

A mí me habría encantado asistir, lo confieso, pero no por ver a Rico (por el nombre del perro se ve que Rajoy no miente cuando dice que lo primero es la economía) ni por mejorar mi sándwich, aunque no habría hecho ascos ningunos ni a las vieiras gratinadas, ni a la lubina con tomillo ni, muchísimo menos, a la leche frita con crema de naranja. Tampoco por el contenido político del evento, que no es más que el premio de consolación que el PP concede a Ciudadanos, al que ningunea cuanto puede.

Lo interesante habría sido la conversación. Las fuentes (esta vez las populares) aseguran que en la cena se habló "de nada" y las fuentes ciudadanas coinciden: fue un encuentro "distendido". Como duró más de tres horas, qué curiosidad, ¿no?, ver cómo puede mantenerse una conversación sobre nada durante tanto tiempo, teniendo en cuenta, además, la mutua desconfianza, el miedo de ambos a las filtraciones y la cantidad de chistes y de frivolidades vedadas porque traspasan la cada vez más apretada línea de lo políticamente correcto. Dicen las fuentes (ya no sé cuáles) que se rieron mucho. ¿De qué?

Les creo cuando hablan de la normalidad del encuentro. Este no es un artículo desconfiado. Y no les envidio ni la leche frita. Pero no logro imaginar esas tres horas y media de conversación a la vez aséptica y divertida. Yo, que tanto meto la pata, quisiera aprender el método.

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