Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
Su propio afán
Lejos de mí protestar de que no haya tenido eco mediático la prematura muerte del poeta Mario Míguez (Madrid, 1962-2017). A él no le habría chocado, ni contrariado, pues quiso hacer una vida al margen: en el centro del silencio. Dije algo parecido de Léon Bloy hace unas semanas: que era justo que no se celebrasen grandes fastos por el centenario del que orgullosamente se puso aparte, en el centro -en su caso- del escándalo. A un bloyano de guardia le sentó fatal, aún no me explico por qué. Seguro que esto no me pasa entre los admiradores fervientes de Mario Míguez, bien adiestrados en la discreción y la delicadeza.
No en vano él había escrito: "Ensucio todo hablando demasiado./ Cobarde charlatán, ruidoso hipócrita,/ sólo de mis mentiras no me quejo./ Qué duro me es callarme por lograr una palabra humilde y necesaria/ tras de la cual yo quede imperceptible./ Debo callar, permanecer callado./ Aunque lo sé de siempre, no lo cumplo:/ mi voz tengo que hacerla de silencio." Su último libro, publicado en la jerezana editorial Canto y cuento se tituló: Ya nada más.
En el final está el principio, y yo recuerdo ahora lo primero que leí de él: su traducción de los Sonetos de la muerte, de Jean de Sponde. Me hizo buscar no sólo las obras del autor, sino las del traductor, de mérito más escondido, pero parejo. Me conmovió, sobre todos, el primer soneto: "Mortales, de mortales recibisteis la vida,/ una vida que muere en la tumba del cuerpo,/ y guardáis como vuestros tesoros de otros hombres,/ aquellos cuya vida fue presa de la muerte;// vosotros que observáis que la muerte es constante/ y vivís en las casas que fueron de los muertos,/ no sentís sin embargo preocupación por ella:/ ¿cómo es que al recordar olvidáis su recuerdo?// ¿Acaso vuestra vida, que adora los placeres,/ rechaza los horribles pensamientos mortuorios/ sin poder reparar en lo que le es contrario?// Mortales, se os acusa. Yo perdono el error/ que forja vuestro olvido: olvidar vuestra muerte/ os muestra en sí el recuerdo de vuestra vida eterna".
De este poema, tan poco navideño, me impresionó para siempre, amén de sus imágenes tremendas como que vivimos en casas que fueron de los muertos, su sorprendente final, que sí habla de un pobre nacimiento a una vida eterna. En vez de acusar a los mortales y de recrearse en lo tétrico, el poeta barroco supe darle la vuelta: "Vous montre un souvenir d'une éternelle vie".
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