Con la venia
Fernando Santiago
Quitapelusas
Su propio afán
Me levanto arrecido (arresío) y lo primero que hago es acordarme del Calentamiento Global. Lo confieso porque algún amable lector me ha acusado de tirar la piedra y de esconder la mano, y no quiero aparecer como inocente, cuando no lo soy. No hay tiritona que pegue que no me acuerde de los calentólogos. Muy mal hecho por mi parte, sin duda. Aunque sea un movimiento reflejo, tendría que controlarme.
Tampoco me sirve de excusa la vieja táctica del mal de muchos, consuelo de tontos, o el principio exculpatorio de la mayoría absoluta. No cambia nada, en realidad, que las olas de frío saquen del armario a miles de escépticos de las teorías del cambio climático, del mismo modo que las olas de calor producen masas que claman enfurecidas (y sudorosas) contra los combustibles fósiles, mientras ponen a tope al aire acondicionado. Yo tengo la sospecha, incluso, de que serán, en buena parte, los mismos: cambiando de postura sobre el clima según el clima, como una veleta de las temperaturas.
Lo correcto sería estudiar los datos, sopesar las tesis enfrentadas y llegar a una conclusión seria y científica que no dependiese de los vaivenes del termómetro y de que en invierno haga frío y en verano calor, de que en otoño llueva y de que marzo mayee. Esto choca, por supuesto, con la dificultad de los datos, con el interés de tantos que viven de esto de sostener teorías climático-alimentarias y con los numerosos obstáculos a un debate libre y abierto por la complejidad de enfrentarse a un consenso científico, mediático y político más o menos impuesto como un dogma.
Pero, por suerte, no vengo a hablar del cambio climático, sino a usarlo de ejemplo general, lo que es mucho más fácil. Puede hablarse de una mecánica climática que consistiría en la tendencia general a hablar de temas muy complejos según la sensación térmica del momento. El caso de las olas de frío es muy evidente, y puede extrapolarse a muchos otros campos: la valoración de los líderes, la necesidad de reformas educativas, los impuestos, las leyes penales, la corrupción, los bancos, la sanidad... Opinamos de asuntos tan peliagudos según el bote pronto de las últimas noticias, las impresiones recientes o nuestras experiencias íntimas, sin tomar carrerilla ni pararnos tampocos. Siendo tan importante en una democracia lo que pensamos todos, tendríamos que andarnos con ojo con el calentamiento global de la opinión pública.
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