La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
Cada feo a Pemán me da, egoístamente, una alegría. Lo leí demasiado joven y estos percances me incitan a releerlo y siempre es una fiesta. Encima, cada vez le escribo una columna y Pemán era tan buen articulista que, sólo con mentarlo, la prosa se me viene arriba.
En esta ocasión, es todo más enrevesado. El colegio de educación infantil "José María Pemán" de Jerez ha decidido, siguiendo los dictados de la memoria histórica, cambiarse el nombre a "Gloria Fuertes". Aunque con indudables buenos sentimientos, el cambio es un honor envenenado a Gloria Fuertes. Nadie admira más que yo su poesía, pero no se le hace un favor vinculándola a un colegio infantil, lo que vuelve a encasillarla en el tópico y la imagen manida. Su poesía honda es la de mayores, que hay que reivindicar. Habría resultado, por tanto, más justo, más pedagógico y más inteligente que diese su nombre a un instituto de secundaria, por lo menos.
Lo de quitarle el nombre a Pemán también resulta radicalmente antipedagógico. Piénsenlo. Va contra la asignatura de Historia, porque el nombre del colegio facilitaría explicar la evolución del franquismo a la transición, que Pemán vivió en primera fila e impulsó con todas sus fuerzas. Va contra la enseñanza de la literatura, sobre todo, porque con el cambio de nombre se transmite a los alumnos que ningún mérito literario está por encima de los rifirrafes ideológicos. También atenta contra el valor transversal de la tolerancia, porque se enseña que de los rivales políticos no puede quedar ni el nombre, con independencia de su vinculación con la tierra, de su importancia histórica y de sus méritos literarios. Por último, encierra a los alumnos en el marco conceptual de la rabiosa actualidad, en vez de mostrarles que todo aprendizaje implica comprender y asumir valores que pueden no ser estrictamente los de uno, pero que compensa conocer y valorar.
Con todo, hay un nuevo matiz, realmente importante, que pasa desapercibido. En su fundación, en 1933, el colegio se llamó "Blasco Ibáñez". Si hubiesen vuelto al nombre original, yo me habría quitado el sombrero. Habría sido, además, una acción elegante e implícitamente pemaniana, pues don José María se rio bastante de los cambios de nombres de las calles según los vaivenes políticos. No entiendo cómo se les ha pasado esta oportunidad de ser incisivos y delicados. ¿Quizá porque la memoria histórica no se pensó para eso?
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