Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Su propio afán
Me devanaba los sesos preguntándome cómo haría para recomendarles aquí, en mi columna de opinión, Medida por medida, una obra de Shakespeare que excede toda medida, excelente. Había olvidado la advertencia de Juan Ramón Jiménez: "Actual; es decir, clásico; es decir, eterno". Un clásico a la fuerza está de actualidad, precisamente por lo contrario: por ser eterno.
En Medida por medida se plantea con honradez que pasma el perenne problema de la aplicación rigurosa de la ley. El autocrítico duque de Viena se considera incapaz de hacerla respetar punto por punto y, por eso, deja el poder en manos de un puntilloso. De espíritu tan puro que hasta se llama Angelo. Éste blande, en efecto, una espada flamígera, pero, por la espalda, es ambicioso, demagógico y un hipócrita de una pieza. Se le desenmascara gracias a la belleza y a la honradez de Isabel, capaz de resistirse en defensa de su conciencia a los más sutiles argumentos teológicos para incitarla a pecar, además de a las muy sentimentales llamadas a la piedad sin piedad del claudicante Claudio y a las más bastas coacciones de Angelo caído.
Tal maravilla, ¿qué tiene que ver con la actualidad? Pues que nosotros también convivimos con puritanos, y más crecidos (y camuflados) que nunca. Piensen en la policía de lo políticamente correcto o en la censura feroz que acompaña al discurso dominante. Se ve claro ahora con el caso de rabiosa actualidad del fiscal jefe anticorrupción Manuel Moix. Tener propiedades en un paraíso fiscal no es delito y, aun así, se le ha dimitido, perseguido por tirios y abandonado por troyanos. Los puritanos (de toda laya y religión o ideología) son los que imponen a los demás lo que quizá ellos no cumplan (véase Errejón y su beca malagueña, Echenique y su asistente en B y Espinar y su VPO o sus coca-colas) y son, sobre todo, aquellos que imponen lo que la ley no exige. Todo lo que no es obligatorio debería estar prohibido, sentencian.
Lo del fiscal Moix y Panamá no es bonito, pero, al no ser ilegal, su permanencia en el puesto, con todos los inconvenientes estéticos que se quieran, luchaba como nada contra una de las corrupciones peores y más taimadas que padecemos: el puritanismo, o hipócrita o histérico o ambos. Tenemos que defender como gatos panza arriba el ámbito de independencia que supone el territorio, cada vez más menguado, de lo alegal. De ese estrecho margen pende nuestra libertad.
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