La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Su propio afán
Este artículo, en estricta liturgia, debería publicarse el domingo que viene, lo que, además, me habría permitido leer el último libro traducido de Bobin, que acabo de comprarme y que se llama Resucitar. Si me adelanto, no es culpa mía, sino de la primavera, que empuja, y de don Pedro Muñoz Seca, que lo explica.
Siempre me dio cargo de conciencia vivir con tanta alegría la Semana Santa, de nuevo contra la liturgia. Una cuarteta de Muñoz Seca me la calmó definitivamente: "Virgen de la Macarena,/ ponte la cara bonita/ que ya sabemos to er mundo/ que el Domingo resucita". La Pasión, como conocemos su final glorioso, no puede ser un tiempo de desesperación ni de desesperanza. Y ese final lo anticipa, con exuberantes spoilers de todos los colores, la primavera.
Quizá en latitudes más septentrionales, la explosión de la primavera esté mejor sincronizada con el Domingo de Resurrección, como sería exacto y pedagógico. Al sur, la primavera se adelanta en la celebración, como Pedro Muñoz Seca le propuso a la Virgen de la Macarena. Mi jardín y los campos son ya una glosa al dogma de la resurrección, un himno y una incitación a creer y a ponernos la cara bonita.
Han corrido como nunca las corregüelas. Aunque ruborizadas por tanto adelanto, las que han florecido en las cunetas que me llevan a mi trabajo, son moradas, para no dejar de inclinar, ritualmente, su cabeza a la Semana Santa. Luego, están las hojas verdes, ese empujón que, de la noche a la mañana, metieron los pitosporos, el alcornoque y el quejigo. Qué maravilloso verde nuevo el de las hojas de la temporada, tan fresco y transparente, tan distinto de las viejas hojas apergaminadas.
Lo más resucitante de todo ha sido el algarrobo. Este invierno tuve que cortarlo a ras de tierra y era ya grande y había sido un regalo, y, nada más amontonar su leña para que se secase, se me olvidaron las razones para aserrarlo y nada más que me quedaron dentro las raíces del remordimiento. También quedaron en la tierra las raíces del algarrobo. Acabo de ver que ha remetido; y vengo aquí, corriendo, como don Antonio Machado, a anotar en mi columna la gracia de ese brote verdecido. Cuánto le tenemos que agradecer a Jesús que pusiera al alcance de los hombres la condición resucitante de la naturaleza. Que empezamos a celebrar ya, porque el jardín no espera más y las yemas han reventado, pero que tendrá su día culmen el domingo que viene.
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