El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
No sé cómo marchará la causa de beatificación de G. K. Chesterton, al que me encantaría ver en los altares, riéndose por todo lo alto. Mientras tanto, nos sorprende la de don Pedro Muñoz Seca. Aunque buen cristiano, no parece que, por su vida, tan común, hubiese terminado en el santoral, sino porque se la terminaron terminantemente en Paracuellos. Se cumplió en él al pie de la letra lo de Flannery O'Connor: "Nunca podría ser una santa, pero podría llegar a ser una mártir, si la mataban pronto".
Muñoz Seca vio que había un Beato Juan Gilabert, y mandó al portuense del mismo nombre la hojita del almanaque con estos versos: "Amigo Juan:/ un gran rato/ llevo pensando:/ ¡Hay que ver!/ ¿Pero cómo Gilabert/ sin yo saberlo es Beato?". Eso mismo nos pasa ahora: ¡hay que ver, que don Pedro va a ser beato! Donde menos se espera salta la Gracia.
Se le conocen pocos escritos teológicos, aunque yo puedo presumir de que una copla suya lleva decenios sirviéndome de oración. De adolescente, me remordía que la Semana Santa me resultase tan fascinante y divertida, hasta que leí esto suyo: "Virgen de la Macarena,/ ponte la cara bonita,/ que ya sabemos to er mundo/ que el domingo resucita". Así es, en efecto. La resurrección justifica toda felicidad prospectiva.
Topó con la jerarquía, como es frecuente en las vidas de santos. Cuando murieron los porteros de su piso, les hizo este epitafio: "Fue tan grande su bondad,/ tal su laboriosidad/ y la virtud de los dos/ que están con seguridad/ en el Cielo, junto a Dios". No gustó al Obispo esa seguridad en la salvación y exigió que lo reescribiese: "Fueron muy juntos los dos/ el uno del otro en pos,/ donde va siempre el que muere.../ Pero no están junto a Dios/ porque el Obispo no quiere". Versión que tampoco agradó al prelado, que ordenó otra, que fue: "Flotando sus almas van/ por el éter, débilmente,/ sin saber qué es lo que harán.../ Porque desgraciadamente/ ni Dios sabe dónde están".
La Iglesia va a decirnos que sí sabemos dónde está Muñoz Seca: en el Cielo. En la cárcel, organizó unos ejercicios espirituales y sostuvo la moral de todos. Conducido al martirio, escribió esta carta a su mujer, donde aúna el humor (véase qué exquisito eufemismo es "fuera de Madrid"), el estilo (observen la paradoja de la aceptación feliz) y una fe inquebrantable: "Cuando recibas esta carta estaré fuera de Madrid. Voy resignado y contento. Dios sobre todo".
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