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José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
La alameda de Solano para casi la totalidad de los chiclaneros resulta hoy algo imaginario e incluso engañoso. Tal vez sería mas lógico que se cambiase el concepto de alameda por el de avenida, camino o vía. Entendemos una alameda como un lugar de encuentro donde reunirse con los amigos para charlar o pasear entre árboles (álamos o de otras especies). Casi todas las alamedas que conocemos reúnen estas peculiaridades que realmente las definen. Si buscamos estas singularidades en la nuestra de Solano nos resulta imposible encontrarlas y además: ¿Dónde empieza y donde termina? ¿Dónde paseamos? ¿Dónde tomamos asiento?
Parece necesario aclarar que hubo un tiempo en el que fue una agradable y preciosa alameda. Para ese fin la diseñó y la consiguió para Chiclana, a principios del siglo XIX, el general Solano cuando ejercía de gobernador civil de Cádiz y capitán general de Andalucía, mientras disfrutaba de su casa de campo en nuestro pueblo. En aquellos tiempos a través de la alameda solo se accedía a Bartivás y al Marquesado, desde luego a pie o en el mejor de los casos con caballerías. Así perduró como un magnífico lugar en la entrada de la ciudad hasta los años 50 del pasado siglo; en el recuerdo de muchos estarán los frondosos álamos a ambos lados de una incipiente carretera; estaban sus copas tan entrelazadas, incluso 150 años después de su inauguración, que la chavalería apostaba por ir desde la venta Agustín hasta la población pasando de copa a copa de los árboles, sin necesidad de pisar el suelo. Eran también muchos los poyetes, blancos de cal, que invitaban a tomar asiento. Por entonces era un paseo obligado, muy concurrido y especialmente utilizado por los mas jóvenes y las parejas de novios.
Aun hoy se pueden observar dos magníficos ejemplares de aquellos álamos, cerca del monumento al ciclista, frente al establecimiento "Día"; lo más probable es que ya hayan cumplido los 200 años.
El mismo Solano fue el que, viendo la necesidad de un enlace por tierra con Cádiz, impulsó la construcción de un arrecife que comunicara nuestra ciudad, a través de la marisma y del caño de Zurraque, a la Isla y Cádiz. Nunca imaginaría los tráficos que iba a soportar esa nueva ruta, ni presentiría que serían el ruido y los gases de los motores de combustión, utilizados como nuevo medio de transporte, la causa de la degradación hasta la desaparición de su coqueta alameda.
Parece que al mismo tiempo que se producía la desaparición de su alameda se iba esfumando del recuerdo de la ciudadanía la figura de tan ilustre personalidad. Francisco Solano y Ortiz de Rosas tal vez fue el primero que con sentido de sociedad civil, no solo religiosa, cuidó la ciudad con mimo y consiguió en su corto periodo de mandato como gobernador civil de Cádiz (1803-1808) dedicarle tiempo y dinero al desarrollo y embellecimiento de nuestra localidad. En diciembre de 1806, Frasquita Larrea, célebre y asidua "veraneante", le escribía a su marido: "Solano se ocupa de hermosear Chiclana. El río, los caminos, los paseos, todo toma una forma nueva". Para nuestro pueblo, que entonces debía de tener unos 7.000 habitantes, este hombre fue más que gobernador y asiduo visitante, el mejor de los posibles alcaldes.
El 28 de mayo de 1808, una multitud exasperada y fuera de control exige al capitán general Solano que declare la guerra al francés. Él duda de lo acertada de esta decisión pues en aquel momento tiene la flota francesa anclada en la bahía y en posición de ventaja para bombardear. Los acontecimientos se complican y el general es acusado de "afrancesado y traidor". Los ánimos se excitan y es detenido por la plebe que lo conduce para ahorcarlo en la plaza de la catedral, recorrido durante el cual es herido de muerte. Su amigo, el chiclanero magistral Cabrera, enfrentándose a los exaltados recupera el cuerpo y lo traslada hacia el interior de la catedral, para proceder a su enterramiento, a escondidas, durante la noche.
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