Enrique Gª-Máiquez

'Status trump'

Su propio afán

Se observa una súbita y honda preocupación por el status quo en los que ayer querían cambiar el mundo

21 de enero 2017 - 02:04

Mi Mi posición la clava un tuit de Ignacio Jáuregui: "A Trump habrá que juzgarlo por sus hechos, pero no creo que sea aventurado ni injusto decir que tiene mala pinta". No puedo estar más de acuerdo con la primera parte y con la segunda, corregida -eso sí- por una tercera y distorsionada jocosamente por una cuarta. Las dije en otro artículo, que no fue el más aplaudido de los míos, y ya es decir. La tercera: habiendo escogido para su gobierno a firmes partidarios del derecho a la vida y de la libertad de enseñanza, se ha ganado una parcela de mi corazón, comprometido con ambos principios. La cuarta, ¿cómo no disfrutar un poquito con el crujir de huesos y rechinar de dientes de la progresía mundial?

Ahora todo el progresismo tiembla porque va a acabar con el status quo. Observen cómo es el común denominador de los análisis. Cualquiera diría que el status quo es una especie en extinción o un jarrón chino, cuando es todo lo contrario. Reventar el status quo no es tan fácil. Menos que cualquier otra cosa. Por eso mismo es el status quo.

Resulta más divertido aún observar tanta súbita preocupación por el status quo en aquellos que hasta ayer no más querían cambiar el mundo, hacer la revolución, desmoronar las estructuras, finiquitar el liberalismo y alumbrar una nueva era. O sea, que el status quo estaba fatal, sí, pero sólo si el que lo critica soy yo. Si otro va a meterle mano, mucho cuidado, eh. Lo mismo pasa con la globalización, que era malísima hasta que la atacó Trump; o con el keneysianismo, mano de santo hasta que Trump lo adoptó. Es como mi anécdota favorita de Pío Baroja. A él, que se ganaba la vida regentando una panadería, le fueron con que Rubén Darío había dicho: "Baroja es un escritor de mucha miga: se nota que es panadero". Era la monda. Cuando Baroja replicó: "Y Rubén tiene muy buena pluma: se nota que es indio", los presentes se indignaron muchísimo. Allí aprendió don Pío que unos pueden gastar bromas y otros no pueden decir ni pío. Pero como Trump no calla ni bajo agua, podemos abrigar la esperanza de que Podemos y análogos dejen, al menos, de defender ciertas cosas porque son las mismas que Trump postula.

Dicho lo cual, volvamos al modo prudente, esto es, a la expectativa. Y deseémosle mucha suerte. Él no es muy cortés, en líneas generales, pero lo de los 100 días de cortesía a todo gobierno, ¿acaso sólo rige con los exquisitos o con los nuestros?

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