Enrique Gª-Máiquez

Troglodytes troglodytes

Su propio afán

Mi historia de amor con el chochín empezó con un remordimiento, que es un comienzo inmejorable

05 de febrero 2017 - 02:07

Alguno, empachado de artículos políticamente correctos, se habrá creído, al ver el título, que este artículo iba también de Donald Trump. Pero va sobre el chochín, del que soy muy partidario. Es uno de los pájaros más pequeños de España, y el más rechoncho. Ama los jardines y pasar desapercibido, aunque con ese nombre le cuesta. En latín tiene un nombre más bestia: "troglodita", que no sé qué hizo el pobre en la Antigüedad o si será ironía. En inglés se llama discretamente "wren", pero la poesía lo ha hecho muy famoso. Dylan Thomas lo saca en un montón de poemas y Chesterton habla de él en uno que yo traduje.

Lo que propició que mi historia de amor con el chochín empezase con un remordimiento, que es un comienzo inmejorable para el amor. No traduje "chochín", porque esa palabra, saltando por sorpresa de un verso, desarticula el efecto lírico más sólido. Lo cambié por "chamariz", para que la aliteración y la rima lo evocasen, al menos. Desde entonces, lo busco entre los matorrales dejándome los ojos, intento distinguir su canto entre el jaleo primaveral y cualquier noticia sobre él me importa más que los vaivenes pomposos de la Bolsa.

Investigadores de la Universidad de Salamanca han descubierto que "los chochines urbanos desarrollan canciones más complejas, con frecuencias más altas y notas más largas que los rurales". La hipótesis es que lo hacen para sobresalir a la contaminación acústica de nuestras calles, aunque no se descarta que pueda haber un componente imitativo. "Algunas especies, como los gorriones urbanos, cantan de forma muy similar a los pitidos de los semáforos cuando están en verde para peatones", afirma un experto. Y, aunque un gorrión no es un chochín, me maravillo igual. Fíjense: el pájaro peatón por excelencia imitando el ruido de los semáforos en verde, qué justicia poética. Sin descartar que haya escogido el verde por una suave nostalgia de los campos.

Pero volvamos al chochín. Nos da una lección de historia de la literatura, porque también la lírica de los hombres se ha ido complicando al contacto con la gran urbe, desde Baudelaire en adelante, y por lo mismo: para hacerse oír un poco. Y queda su lección ética: de las dificultades y de cualquier tipo de contaminación se sale por arriba, con frecuencias más altas y con notas más largas, sin miedo, aunque uno sea pequeño, rechoncho, tímido y con un nombre que no ayuda a ser tomado en serio.

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