La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Su propio afán
Mi mujer tiene una superstición bastante mala, y me la está pegando. Cuando las cosas nos están saliendo bien, a ella le da mucho yuyu que nos felicitemos porque nos están saliendo bien. Que se tuercen, advierte. Yo me revuelvo, furioso y celebratorio, porque, si no es para cantar las alabanzas a la vida y todo eso, para qué queremos que las cosas nos salgan bien. Así vamos pasando nosotros los años, bastante bien, por cierto, si ella me permite decirlo.
Últimamente, sin embargo, flaquea mi fe hímnica. Por casos como el que me tiene postrado en el lecho del dolor. Vino a pasar la Semana Santa al Puerto mi familia política y todo fue estupendo, a diferencia de otras familias políticas que todos tenemos en la cabeza. Yo, ese buen rollo, antes incluso de lo de Letizia, lo he estado celebrando por todo lo alto todos estos días. La Semana Santa fue sobre ruedas o, mejor dicho, llevada con suavidad y arte por unos costaleros angélicos. Incluso un sobrino llegó afectado por un virus y eso ayudó a que el plan tuviese alguna calma más. Se fueron con el niño repuesto y todo parecía que había acabado de maravilla, felices y perdices.
Pero el virus se quedó en casa.
Primero, ha estado mala mi hija, que es una enferma como su padre, quejosa y angustiada. Da gusto cuidarla, porque se deja. Y ahora, cuando ella enfilaba la recuperación, he caído yo, que me dejaría mimar si hubiese voluntarios que no estuviesen ya cansados de tanto lamento.
Mi virus, además, ha hecho cóctel con la astenia primaveral, sospecho, y me arrastro por las esquinas. De pronto, por celebrar algo, siquiera sea gracias a una descolocación temporal, que contra eso quizá mi mujer no tenga nada que objetar, pienso en lo bien que se está cuando se está bien. Eso no lo loamos como se merece, porque nos parece natural, hasta que llegan unas décimas de fiebre.
Recuerdo que Ernst Jünger decía en algún sitio que, viendo lo mal que jugaban al ajedrez algunos, entendía la frustración que tiene que provocar la indigencia de la inteligencia, cuando es incapaz de ver más allá. Estando malo, también se entiende lo fatal que deben de encontrarse los que van cortitos de energía por razones de salud o de temperamento o de tono vital.
Ahora es el momento de cantar la fuerza del cuerpo, la garra del ánimo y la potencia plena de los proyectos. Cuando esté curado (¡ay, mi mujer me tiene ya totalmente convencido!) no me atreveré.
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