Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Su propio afán
Me encontré con varios amigos periodistas en el acto (de consolación) que Hazte Oír trató de tener frente al Ayuntamiento del Puerto de Santa María, después de que le hubiesen denegado un salón municipal que ya estaba apalabrado y que luego un hotel diese marcha atrás por miedo a los escraches. Mis colegas me saludaron: "¿Qué, informándote para una columna, no?" Sí, dije con henchido orgullo profesional, pero añadí, tímido, que también iba por lo civil, para apoyar a quienes veían coartada su libertad de expresión de una manera -literal y metafóricamente- atronadora.
Porque el escrache también se produjo en la plaza. Mis compañeros de prensa quedaron un tanto desconcertados, pero, claro, uno es columnista y puede permitirse esta maravillosa confusión de informar de lo que apoya dando su propia opinión. El lector ya sabe a qué atenerse.
Yo -aunque soy, más que de hacerme oír, de hacerme escuchar, para lo que casi siempre es mejor una sugerencia a un megáfono, una metáfora a una consigna y una indirecta a una pancarta- quise dar y doy mi apoyo a Hazte Oír tras esa triple (Ayuntamiento, hotel y plaza) censura. Más allá de los estilos, su soledad social clama al cielo. El argumento clave lo ofreció Alicia Rubio a la finalización del acto: "¿Cuándo he ido yo a reventar ningún acto de nadie?"
Si lo ven obvio, lo ven como yo, pero como casi nadie, pues pocos se escandalizan por los continuos intentos de arrinconar y silenciar a Hazte Oír. Al día siguiente, los silbidos y abucheos al Rey en Barcelona me sirvieron para fortalecer la impresión que saqué de allí. Esta manía de acallar e insultar al que no piensa igual se nos está yendo de las manos. Y si se ignora para un caso concreto (Hazte Oír) termina contagiando a toda la sociedad.
Voy contra mi interés al defender una libertad de expresión real y un respeto sincero al contrario, porque la calidad de una literatura se beneficia mucho si tiene que coger las vueltas a la censura (oficial o difusa) y si ha de recurrir a la reticencia, a la ironía y, sobre todo, a la inteligencia cómplice de los lectores. Como columnista, pues, me conviene un discurso dominante sin resquicios (para buscárselos). Pero tengo que exigir libertad y derechos para todos. Como es probable que no sirva de nada, yo seguiré aprovechándome como escritor de este abuso y, además, tendré la conciencia tranquila de haber cumplido con un deber elemental.
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