La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
Q UE le repliquen otros. El que te insulta te regala la oportunidad de desdeñarlo con elegancia. Quim Torra me ha hecho el favor de su vida diciendo que, por españoles, somos de una raza inferior. Puedo, por tanto, no torrarme con él, tan en las alturas. Qué descanso. Hoy, en las férreas normas no escritas del columnismo diario, tocaba hablar de ese hombre, pero como le quedo tan bajo, voy a dedicarme a Virgilio, a Dante y a mi propia dona angelica.
El episodio de Dido y Eneas es de lo mejor de La Eneida. La reina de Cartago había quedado tan desolada tras la muerte de su marido que había jurado no enamorarse nunca jamás. Lo habría jurado y perjurado, como se dice, porque, en cuanto vio a Eneas, cayó rendida, perjura, aunque, eso sí, con un último recuerdo a su difunto Siqueo: "Agnosco veteris vestigia flammae" ["Reconozco las señales de mi antiguo ardor"]. En el nuevo amor, siente que arde el antiguo. Luego, vinieron las cenizas, y Dido muere abandonada. Lo más emocionante ocurre, sin embargo, después. Cuando Eneas baja al infierno, se la encuentra e intenta darle las típicas excusas, pero ella pasa, con ese magnífico desdén del que hablábamos antes, y se vuelve con Siqueo, antiguas llamas que corresponden.
Dante rehace esta historia con inmensa maestría. Deja atrás el infierno y, cuando ve a Beatriz por primera vez, ya encarando el Paraíso, repite la frase de Dido: "Riconosco i segni dell'antica fiamma". Es una última reverencia a Virgilio, por supuesto, pero es una reverencia redoblada, como tienen que ser las reverencias, porque lo mejora. Nótese que en Dante no se reconoce la llama de otro amor, sino del mismo, más puro. Y eso es más bonito que lo de Dido, dicho sea con todo respeto. Siqueo estaría de acuerdo.
Y como aquí nadie insulta a nadie y todo son admiraciones y homenajes, uno sale enriquecido y mejorado. Virgilio nos enseña cuánto de haber sabido amar hay siempre en el amor nuevo y Dante nos explica que ningún amor es mejor que aquel que reaviva sus antiguas llamas. Yo quisiera grabar en el dintel de mi casa "Agnosco veteris vestigia flammae" porque debería ser el lema del amor matrimonial. Reconocer las viejas llamas hasta abrasarte en ellas. Se lo susurraría a mi mujer si no fuese porque, a medias extrañada y a medias guasona, me echaría un jarro de agua fría: "Huy, qué tórrido. ¿Tú no tenías que estar escribiendo esta noche de Quim Torra o qué?".
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