yo te digo mi verdad
Manuel Muñoz Fossati
Mejor, como en Macondo
Su propio afán
Se escucha de vez en cuando la tesis de que el Islam, cuando rechace del todo la violencia, hará mucho bien a Occidente, en general, y a los católicos, en particular, ejemplificando una fe firme y una resistencia al libertinaje moral. Voy a explicar por qué discrepo de esa tesis, que puede instalarse por un instante en el pensamiento de algún católico sobrepasado y, sobre todo, que muchos laicos y agnósticos proclaman constantemente cuando repiten que todas las religiones son iguales. Lo que no deja de ser el mismo pensamiento, idéntico, pero desde otra perspectiva.
La fe del Islam y la del cristianismo se parecen como una castaña a un huevo. La primera repudia la razón, mientras que la segunda hizo la hazaña histórica de unir la religión y la filosofía, que en Grecia y en Roma (y en todas partes) corrían paralelas, sin tocarse jamás. Lo explicó muy bien Benedicto XVI en el famoso discurso de Ratisbona, que tanto escoció, porque puso el dedo en la llaga. De ahí, la querencia lógica de una religión a defenderse con la fuerza de los argumentos y de la otra a hacerlo con los argumentos de la fuerza, más o menos metafórica.
Claro que tampoco el Dios de una y el de otra son intercambiables. Uno es solo y, por tanto, solitario; el Otro es trinitario y, por tanto, Amante, Amado y Amor. Concepciones que luego caen, en cascada, hasta el más mínimo aspecto de las respetivas fes.
Ambas religiones, como hasta hace poco la sociedad en su conjunto, defienden el pudor, sí, pero asimilarlas es, como decía Chesterton, pensar que un vegetariano y un católico hacen lo mismo cuando no comen carne el Viernes Santo. En relación al pudor, para el catolicismo, el cuerpo es imagen (¡imagen, lo que para el Islam iconoclasta es inimaginable!) de Cristo y el sexo, símbolo del amor trinitario, nada menos. La mujer es signo de la Iglesia.
Si el cristianismo proclama la igualdad de la mujer con el hombre, lo hace por un acceso de vanidad varonil, porque en su fondo late la veneración a la mujer, empezando por María. Para los trovadores medievales, la mujer es un ídolo y para Dante, la donna angelicata, camino de bondad y belleza hacia Dios. Todavía hoy la igualdad a la mujer sólo rige en países de raíces culturales cristianas.
Con todo el respeto a los creyentes en el Islam, los cristianos no debemos esperar su apoyo frente al laicismo radical. No nos queda más remedio que arremangarnos solos.
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