Enrique Gª-Máiquez

El fallo

Su propio afán

Lo que cuenta no es la veracidad o no de una ofensa, sino su intención y su alcance

14 de noviembre 2016 - 02:03

El artista Abel Azcona hizo un montaje-denuncia con Hostias consagradas robadas durante las misas de varias iglesias. Por si no nos creíamos el sacrilegio, se fotografió robándolas. Eso demuestra, para empezar, que lo que le interesaba de su montaje era el ultraje. Si no, habría hecho su cosita, y ya está. No imaginamos a Tiziano, levantando acta de cuando iba a comprar pinturas o pinceles. Como era de esperar, le denunciaron.

Ahora un juez, el titular del Juzgado de Instrucción número 2 de Pamplona, ha archivado la causa. El fallo no ve indicios de delito porque el montaje no se hizo en lugar sagrado y porque las formas consagradas son "objetos blancos y redondos de pequeñas proporciones". Es extraño. Los selfies de Azcona demuestran dos cosas: que se ultrajaron varios templos y su intención de escandalizar con lo sagrado.

Pero el fallo más gordo está en que el juez considera que, porque él no cree en la transubstanciación ni en la presencia real de Cristo en las formas, ya no hay ofensa. Como si el ofendido tuviera que ser él, y no los denunciantes. Se ve un egotismo de fondo que espanta. Incluso si la transubstanciación no fuese verdad, el insulto está ahí. Si llamo "hideputa" a su señoría, como su madre es una santa, ¿le estoy insultando o no? "Hideputa" son sólo letras vocales y consonantes en una determinada distribución. Si le llamase "tonto", sería más discutible, pero él se aplicaría igual la misma eximente: "No soy tonto: soy una combinación de aminoácidos y proteínas". Y ya está. Ni desacato ni nada. Lo que cuenta, sin embargo, no es la veracidad objetiva de la ofensa, sino su intención y su alcance. Que una mentira puede ser ofensiva se vio con el ejemplo de la intachable madre de su señoría. Que una verdad también puede serlo, lo demuestra un recuerdo de infancia de Eugenio d'Ors. Un tendero fue a protestar a su madre de que el niño le insultaba. "¡Qué horror!, y ¿qué le dice?" "Me grita: 'comerciante, comerciante'". La madre repuso: "¡Pero si usted lo es!" A lo que el tendero replicó: "Señora, es la intención, la intención..."

Supongo que Abel Azcona hubiese preferido llevar su supuesta obra de arte a sus últimas consecuencias y que se le condenase por la intención, en vez de desmontarle el montaje considerándolo una simpleza. Lo que es seguro es que el juez no entendió nada: ni el misterio de la fe, ni la provocación de Azcona ni la ley de todos.

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