La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
Tenemos muchas cosas que agradecer a los nacionalistas catalanes, y hoy, que estarán de fiesta, tan contentos, es su día. Para empezar, agradezcámosles el espectáculo bochornoso que vienen dándonos. Antaño, el catalanismo traía un aire de superioridad (¡tan modernos, tan europeos, tan ricos, tan guais!) que apocaba a los más tontos, que son legión. Ahora, ya ni a ésos. Todos les hemos calado.
Además, han revitalizado nuestro amor por Cataluña. Nos ha pasado como con esos amigos que uno lleva un siglo sin ver por las distancias y las ocupaciones, pero que, al suceder una desgracia (todo esto de Cataluña es una desgracia), se retoma el trato y reviven los lazos y los recuerdos y el cariño reverdece, lo que es bonito, aunque sea por razones muy tristes.
En tercer lugar, ya nadie confundirá jamás a los catalanes con los catalanistas. La crisis ha dejado claro que es una sociedad partida en dos, como se escenificó en el parlamento suyo. Y más aún, que los catalanes no catalanistas tienen paciencia de santo y que resisten contra viento y marea presiones pesadísimas. No sólo existen esos catalanes no catalanistas, sino que son más, si los contamos, y resultan admirables y hay que apoyarlos. Estos agradecimientos a los soberanistas son sensu contrario, es verdad, y podrían leerse como irónicos, aunque no lo son. El cuarto agradecimiento es ya directo, sin recovecos. Los grandes partidos nacionales y las instituciones se han llevado toda la democracia mirando hacia otro lado, comprando votos nacionalistas con dinero y voluntades soberanistas con absentismo. Así nos han traído aquí. A estos nacionalistas catalanes de ahora les debemos su "no" tajante a tanto tejemaneje. No están por la labor de dejar, presupuestos mediante, que Rajoy mire al techo (de gasto). Ni que Pedro Sánchez les halague con comisiones constitucionalistas. Su golpe de Estado es un golpe en la mesa. Y a nosotros nos hacía falta.
Por último, los soberanistas son una soberanitis española: una infección de la soberanía nacional, que tenemos la suerte de detectar, quizá a tiempo, gracias a la inflamación del 1-O. El dolor que produce avisa de una afección que era igual de letal cuando callada y cuando calmada con el analgésico del presupuesto y el valium para dormir en el resto de España. La CUP es un TAC. Quien nos detecta una enfermedad grave, siendo una noticia pésima, nos ofrece una esperanza. Gracias.
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