Enrique Gª-Máiquez

El guepardo

Su propio afán

Mi hija puede preguntarles en cualquier momento por el guepardo: hagan el favor de no dejarme muy mal

09 de septiembre 2017 - 02:04

Mi hija me pregunta: "¿Qué haces?", aunque es probable que lo sepa. Le digo: "Pensar en el artículo". Se sonríe. Seguro que recuerda esa temporada en que se cruzaba conmigo por el pasillo e, imitando mi voz, clamaba cavernosa: "Ay, el artículo, el artículo, el artículo... ¡Aún no he escrito el artículo!" Hoy se queja: "Papá, ¿por qué nunca escribes de animales?"

He escrito mucho de animales, me defiendo: de panarrias, de golondrinas, aviones y vencejos, de nuestra perrita, cuando murió, de un jilguero, que era la estrella de la Navidad que la primera puso en la punta del ciprés, y hasta del Piseinotecus soussi. La niña no se rinde. Tiene un ecologismo combativo que me preocupa, demasiado influido por los dibujos animados. Se pone seria y me pregunta: Pero ¿del guepardo, qué, has hablado del guepardo?

No hace falta que me recuerde que el guepardo es su animal favorito, ni el más rápido. Eso lo sé de sobra. A ella ahora le preocupa que no haya hablado del guepardo. "Hay mucha gente, papá, que lo confunde con el leopardo". Y por si yo soy uno de ellos los silabea: el gue-par-do y el leo-par-do. "Fíjate, los confunden. Ignoran incluso que el guepardo existe. Y es el más rápido. Y el más chato. Y puede domesticarse. Tienes que explicar a tus lectores que el guepardo existe. Da mucha pena vivir sin conocer al guepardo o confundiéndolo con otro felino cualquiera".

Como lectores míos, quedan informados. Mi hija puede preguntarles en cualquier momento por el guepardo y hagan el favor de no dejarme mal. Si mis artículos no sirven para que ustedes se interesen por el guepardo, no tendrán sentido a los ojos de mi hija. Lo que, indiscutiblemente, les quitará mucho sentido a mis propios ojos.

Porque, además, tiene razón. Si la literatura no sirve para que conozcamos y amemos el mundo, ¿de qué estamos hablando? Sería bonito que cada uno de nosotros se preguntase qué es una pena que nuestros lectores o nuestros amigos y conocidos no conozcan y que, cada uno en su esfera, tratase de remediarlo. Mi hija, por ahora, ha hecho de su vida una misión a favor del conocimiento global del guepardo. Cuando yo empecé a escribír me pregunté cuál sería mi misión, y me contesté con los versos de Dunbar: "Man, praise thy God and be merry/ and give not for the world a cherry"; o sea: "Alaba a tu Creador y está contento,/ que lo demás no importa ni un pimiento". Hoy me lo recuerdo; y al guepardo.

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