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Me pidieron un artículo sobre sobrevivir al verano y, muy motivado, me tendí sobre la prosa hasta el doble de la extensión habitual. Como era para una página digital, me lo podían tolerar. En papel, invadiría el artículo de Fernando Santiago y eso ustedes no me lo perdonarían jamás. Aun así, tenía que ir resumiendo y ordené tajante "No haga fotos".
Aquí trataré de explicarlo. Hay que dejar que el verano fluya sin cronometrarlo con ansiedad de velocista que quiere apurar el último segundo. Cualquier foto tiene mucho de foto-finish del sprint del Carpe diem. Su click suena como el de las esposas de la policía. Apresa el tiempo. Rompe el ritmo.
La fotografía obligaba antes, con una imagen muy gráfica, a cerrar un ojo para mirar por el visor, como el francotirador, lo que, junto al objetivo, permitió a Ramón Gaya este hallazgo: "El macabro ojo tuerto de la fotografía". Ahora nos pone a mirar el mundo esplendoroso en una pantallita. Nos limita de un modo físico, porque nos retrata a escala, y de un modo metafísico, porque nos saca de la realidad.
El ojo que falta puede suplirse con una sensibilidad estereoscópica y para eso hay excelentes profesionales, como Fito Carreto, o exquisitos amateurs, como Humberto Ybarra. Pero no es el caso de la mayoría. Además, a la gente no le gusta hacer fotos, sino salir en ellas. Su vocación no es de fotógrafos, es de modelos, que no es más difícil, pero para lo que también hay que tener aptitudes. Las fotos, luego, hay que echarlas a las redes sociales para enseñárnoslas a los demás, que no tenemos culpa. No aconsejo caer tampoco en una aversión de masai. Alguna foto, pensando en los bisnietos, viene bien, pero ya nos la hacen otros, descuiden, queramos o no.
La tentación posmoderna radica en que la foto de una experiencia haga superfluo vivirla. En Crónicas coreanas lo contaba Contreras: una fotografía en la playa dispensa a los orientales de pasar en la playa más tiempo del indispensable para el posado. Nos hace gracia porque ocurre muy lejos, pero cuidado, que se acerca.
La razón definitiva la tengo en la memoria. Don Álvaro d'Ors explicaba que los romanos, porque no tenían papel ni lápiz para tomar notas, gozaban de una memoria monumental. La nuestra se atrofió. Ahora la fotografía nos releva también de rememorar las imágenes de la felicidad. Con las fotos, nos las sacamos del alma, como si en una memoria externa fuesen lo mismo.
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