Enrique Gª-Máiquez

El pacto de los montes

Su propio afán

Lo mejor que podemos esperar del pacto educativo es que fuese el parto de los montes

22 de noviembre 2016 - 02:02

Hablan de la necesidad del pacto de educación, y yo me encomiendo al parto de los montes. Ya saben: cuando, después del ruido terrible, salió un ratón, ¡al menos! Los postulados desde los que parten los partidos son tan distintos y tan maximalistas que el pacto se antoja o imposible o, aún peor, cosmético. Quiero decir que o no se llegará jamás a nada o se firmará algo en lo que el PP haga dejación de los mínimos postulados que ha defendido hasta ahora para adornarse con un acuerdo.

Si hubiese que apostar, yo lo haría por la dejación. El PP necesita firmar muchos pactos para sacar adelante esta legislatura. Para Mariano Rajoy la economía es lo primero, lo único que importa a los españoles, etc. Tendrá la tentación, por tanto, de ceder en educación, en cultura y en principios y valores en general a cambio de apoyo en materias sustanciosas, como subir impuestos y recortar gastos. Lo ha hecho siempre y a todos los niveles de la administración.

Encima, el pluriempleado ministro Méndez de Vigo tiene interés particular en fortalecer su perfil dialogante de portavoz del Gobierno. Y las leyes de educación que tendría que defender no son suyas, sino de otros. Me pega que, dentro del consejo de ministros, haya una especie de concurso por ver quién es el más negociador, y Méndez de Vigo parte con ventaja, pues en su materia puede pactar sin problemas: es maleable. En todos los sentidos.

Si un pacto en serio es imposible, ¿cuál sería la alternativa? El pacto de los montes, precisamente: el famoso ratón. Un acuerdo diminuto, pero que corriese en gozosa libertad. Esto es, el cheque escolar. Si los políticos son incapaces de ponerse de acuerdo (en buena medida porque quieren imponer su ideología y su concepción del hombre), podrían dejar que los padres escojan con la máxima desenvoltura posible el centro y el tipo de educación que quieren para sus hijos. Bastaría apenas con un marco legal amplio que garantizase que se estudian unos contenidos comunes básicos y que no se infringe el Código Penal. Ya verían: la saludable libertad, la responsabilidad que la acompaña, la oferta, la demanda, el amor de los padres y la profesionalidad sin cortapisas de los profesores dirigirían nuestra educación hacia la excelencia a una velocidad de vértigo. A esa misma velocidad -pero en sentido contrario- con que la mentada excelencia escapa ahora de los planes, las leyes y los pactos políticos.

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