Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Su propio afán
El planeta se ha rasgado las vestiduras a la de una cuando Trump ha decidido salirse del Acuerdo de París sobre el cambio climático. Leo los titulares de la prensa más internacional y me entra la risa más floja. The Guardian afirma que con esto Donald Trump ha cimentado su puesto de peor presidente de la historia de Estados Unidos. Teniendo en cuenta que acaba de empezar, quizá haya que imputar tal cimentación a los sólidos prejuicios previos del periódico. El País no ha quedado atrás: "La era Trump, oscura y vertiginosa, se acelera". Y para que no nos quepan dudas del tono La guerra de las galaxias: "Estados Unidos ha dejado de ser un aliado del planeta".
Mi risa floja viene avalada por Lévinas, que glosaba un precepto bien sabio del Talmud: "Si todos están de acuerdo en señalar a un hombre como culpable, soltadlo: es inocente". La unanimidad suele terminar linchando al discrepante y empieza bloqueando cualquier asomo de crítica o escepticismo. Pero el que se opone, definía Ambrose Bierce, nos ayuda con sus obstrucciones y objeciones. Siempre hay que pedir una segunda opinión.
Trump viene a darla, rompiendo una unanimidad que acalla y coacciona a los científicos que, con argumentos nada desdeñables, dudan de que el calentamiento sea antropogenético. Lo hace renunciando a un acuerdo inconcreto y procrastinador que no gustaba a los ecologistas y que había firmado por Obama con dudoso rigor jurídico interno.
Por otra parte, no ha engañado a nadie más que a quienes piensan que programas y promesas electorales son papel mojado. Que, visto el nivel de escándalo planetario, son prácticamente todos, incluyendo a los más demócratas. Esto habría que estudiarlo: qué poca fe en el contrato electoral. Trump, en cambio, ha reconocido: "Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no de París".
Por supuesto, la reducción de emisiones de CO2, afecten o no al cambio climático, es muy deseable y las formas de Trump no son las más delicadas. Pero no se puede romper ninguna unanimidad global (y Trump lleva varias) con maneras exquisitas. Romper es romper. A veces, son nuestros defectos los que cimientan nuestras virtudes. Trump, al precio pequeño de salirse de un acuerdo no vinculante y más simbólico que real, ha abierto el campo a la discusión científica y política, nos ha ganado la libertad que reina en las controversias y ha cumplido, de paso, con sus votantes.
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