Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Su propio afán
Tendré que dejar ya el espíritu navideño y volver a la política y la economía, como manda la actualidad, pero permítanme que arrastre los pies con un último salto de ilusión. Se dice que Reyes es la fiesta de los niños, pero yo la sigo celebrando como el que más. Este año, el que más.
Hace unos diez años regalé mi vieja vespa a un viejo amigo. Me había hecho un proyecto espléndido y me había cobrado lo mínimo indispensable. Cada vez que veía mi vespa arrumbada en el garaje de casa de mis padres me la alababa. Había que arreglarla muchísimo y yo no me consideraba con fuerzas. Se la di.
La dejó perfecta. Cuando me cruzaba con ella, se me aceleraba el corazón. En esa moto, además de mi amigo, muy sonriente, iba, muy invisible, mi vida. Para empezar, mi padre me la compró de 150 cc. cuando aprobé con 16 años el teórico, aunque faltaban dos años aún para el carnet de motos grandes. Dijo: "Bueno, así nos adelantamos un poco". Mi despego del positivismo jurídico quizá arranque, como mi vespa, de aquella patada paterna.
Se vino conmigo a la Universidad de Navarra y se convirtió en un test del interés que alguna chica pudiese tener en mí. Si se montaba en mi vespa, entre la nieve y bajo la lluvia, sí. Me caí muy poco, pero una vez con mi madre, que ya estaba enferma, y largó conmigo a dar una vuelta. Fue una caída de cine mudo: derrapamos mucho sobre el asfalto y no nos pasó nada, salvo unas risas nerviosas e inagotables, que aún resuenan en mi memoria.
La primera vez que mi mujer fue a casa de mis padres, entró en moto. Otra vez le hice una foto sentada en la vespa con mi perrita en la bandeja de los pies, donde le encantaba subirse. Dije, muy flamenco: "Ea, lo que más quiero de la humanidad, de los animales y de las cosas", fanático de las triadas. Cuando salió la foto -para no dejar de sacar entera a la vespa- le había cortado la cabeza a mi novia, que se molestó muchísimo. Qué maravilla aquellos enfados, tan dulces.
En fin, que los 33 años de vida de mi vespa me pasaban ante los ojos cuando la veía pasar, mientras saludaba a mi amigo. Los Reyes Magos, buenos reaccionarios, partidarios de la restauración y de la legitimidad, me han traído a la casa del padre, por sorpresa, de vuelta, la moto y ya pueden imaginarse mi alegría. Me daban, además, una lección teológica. Mucho mejor una resurrección que una reencarnación, dónde va a parar. Ahora conduzco un cuerpo glorioso.
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