La tribuna
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En su vibrante y elocuente discurso a los participantes en la gran manifestación del domingo 8 de octubre, en la estela de la acertada alocución televisiva de S. M. el Rey unos días atrás, Mario Vargas Llosa evocó sus tiempos de Barcelona cuando era la ciudad más "culta y europea" de España. Yo vivía entonces en Roma y, cada vez que viajaba a España, hacía escala en Barcelona donde tenía amigos e intereses, digamos, editoriales. A Mario lo conocí en la agencia de Carmen Balcells, una Carmen Balcells indignada ante el caso Padilla, que venía a sumarse a la del agostamiento de la llamada Primavera de Praga. Mario y su joven esposa corregían pruebas del libro que él acababa de escribir sobre García Márquez. Otro huésped frecuente de esa Barcelona era Octavio Paz, que por entonces llegó a decir que los cuatro puntos cardinales de la cultura hispanoamericana eran Madrid, Barcelona, México y Buenos Aires.
Esa bonanza se mantendría hasta 1975, en que sería superada por la gran mudanza histórica de la "devolución" de sus derechos y libertades a los que luchaban por ellas desde la "clandestinidad", entre ellos por cierto muchos, si no todos, los que daban el tono de la "cultura" y la "europeidad". La lengua vernácula, reducida hasta entonces a la poesía, la novela o el teatro, pasó por fin al periodismo, y en tales términos que no dejaron de inquietar a los que velaban por su pureza, como fue el caso del susodicho Gimferrer. Y es que, como decía muy bien el Machado "de izquierdas", es muy difícil, "cuando todo baja/ no bajar también", por lo que los derechos y libertades que, como vulgarmente se decía, "el pueblo se dio a sí mismo" o "se devolvieron al pueblo" eran los muy democráticos de la igualación por abajo y de la "transgresión" a chorro libre. Ya se venía clamando, uno de los "novísimos", por una sociedad "más libre y más abierta de piernas", pero antes de que otro "novísimo" como Gimferrer reivindicara los "mandarinatos" en peligro, Juan Marsé traduciría así - Llibertat, amnistía i estatut de sodomía- una consigna de moda. Ahora bien, quien resumió magistralmente el nuevo estado de cosas fue Manuel Vázquez Montalbán con una frase lapidaria : "Contra Franco vivíamos mejor". No recuerdo bien si en vez de "vivíamos" dijo "escribíamos", pero da igual, porque para un escritor, y más de la fecundidad del camarada Manolo, escribir y vivir son una misma cosa.
La persona contra la que los plumíferos, cada uno a su modo, vivíamos y escribíamos, era, no ya la misma que había hecho posible aquella Barcelona de las Ramblas de junio, cuyo esplendor tanto desagradaba al accionista mayoritario de la Compañía de Tabacos de Filipinas, poeta él y de nota, sino la que tendría la ocurrencia de "devolverle al pueblo", no los derechos y libertades de que hablábamos antes, sino una institución secular como la Monarquía, algo que él sabía que era tan indispensable para los españoles como la paga extraordinaria del 18 de julio.
Todos los demócratas están de acuerdo en que en la jornada del 23 de febrero de 1981 fue el Rey en persona quien salvó a la democracia. Aquella crisis se gestó por cierto en Lérida, y se cifra en una frase, la del "golpe de timón", pronunciada por el primer presidente de la Generalidad, un señor que era todo lo contrario de aquellos exiliados, de que hablaba Talleyrand, que no habían aprendido nada ni olvidado nada. Tarradellas tenía sentido de la historia y no venía a destruir lo que en su ausencia se había hecho bien, esa Barcelona "culta y europea" por ejemplo que le deslumbró. El temía que sus sucesores en la taifa preconstitucional que le montó Suárez iban a cometer las mismas equivocaciones que él y otros como él habían cometido muchos años atrás. Por lo que fuere, aquel "golpe de timón" no se dio y ahora comprobamos cuánta razón tenía Tarradellas.
En la presente coyuntura queda bien claro que es algo más importante que la democracia lo que está en juego. La democracia no corre peligro, ya que todos los personajes del esperpento son demócratas confesionales y profesionales, de lo contrario no ocuparían el escenario. Lo que corre peligro ahora es la "patria común e indivisible de todos los españoles" y hasta ahora las únicas palabras esperanzadoras para los que creemos en ella son las que el Rey nos dirigió el pasado 3 de octubre.
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