La tribuna
El poder de la cancelación
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Dentro de unos días se cumplirán 44 años de aquel 4 de diciembre de 1977 en que Andalucía asombró a todos al autoafirmarse como pueblo exigiendo instrumentos políticos propios con los que poder encarar nuestros más graves problemas. Subrayo lo de pueblo, que es un concepto para cuya aplicación se requiere la existencia de identidad histórica, de identidad cultural y de identidad política. Un contenido que ignoran o silencian quienes sustituyen este concepto de pueblo por el de territorio, que no es su equivalente sino uno, entre otros, de sus componentes. La diferencia es notoria, porque los territorios no son sujetos de derechos mientras que las personas y los pueblos sí lo son.
Este año la fecha será activada, con la excepción consabida de la extrema derecha, por los partidos que van a presentarse a las, sin duda, ya cercanas elecciones autonómicas. Todos ellos tratarán de utilizarla, dándole el significado que a cada uno interesa, al igual que dentro de unos meses ocurrirá con el 28 de febrero. Como cada año, se travestirán de verde y blanco y utilizarán algunos de nuestros símbolos, descargándolos de su potencialidad transformadora. Pero ahora ha surgido un dato que no había sido previsto en ninguno de los programas electorales: según la reciente encuesta realizada por el Centra, uno de cada tres andaluces considera que no tenemos el nivel suficiente de autogobierno. Y ello, a pesar de la anestesia de la conciencia política andaluza practicada durante las casi cuatro décadas de régimen psoísta y a pesar de las continuas afirmaciones de que ya éramos "la locomotora de España", íbamos a ser "la California de Europa" y habíamos conseguido yonosecuantas modernizaciones. El 31,4% de los andaluces consideran hoy que nuestro grado de autonomía es insuficiente (en contraste, con un 5,3% que cree es excesivo). Lo que significa un potencial caladero de votos que, hasta ahora, nadie parece atender.
En el ámbito de la publicidad electoral teñida de verdiblanco, el PSOE, como casi siempre, ha tomado la delantera al utilizar en su congreso "regional" el lema "Somos socialistas. Somos andalucistas". Tan cierto lo uno como lo otro (para quienes siguen comprando esa doble falsedad). Por su parte, el PP repetirá lo del descafeinado "andalucismo constitucional" al que, en ocasiones rituales concretas, viene haciendo referencia desde que gobierna en la Junta. Para los de Unidas Podemos la fecha será ocasión de repetir consignas que podrían valer lo mismo aquí que en Albacete o Zamora y se centrarán en la alabanza del "gobierno de progreso" que aspiran a copiar. El máximo dirigente de Más País -que es Errejón y no Mónica García- ha declarado que existe un "incipiente" (!) andalucismo, "que hay que llenar de contenido". Habrá que darle las gracias por el descubrimiento Y quienes intentan construir un proyecto de obediencia andaluza parecen contentarse -como si Andalucía fuera Teruel y no un pueblo que es nacionalidad, como recoge el propio Estatuto vigente- con aspirar a tener "voz propia en Madrid", en lugar de centrar su tarea en impregnar de conciencia andaluza a los movimientos sociales y la sociedad civil y en ganar espacios a nivel municipal y autonómico que permitan avanzar hacia lo que José Aumente denominara, ya hace más de cuarenta años, poder andaluz. Sin esto último, es una quimera pretender condicionar la política estatal o aspirar a gobernar Andalucía, incluso si consiguieran un cierto -y más que difícil- éxito electoral. Sorprende lo poco que han aprendido de la experiencia del PA.
Así las cosas, este próximo 4-D debería ser no sólo un día de afirmación andalucista y de movilizaciones reivindicativas sino, sobre todo, ocasión para una reflexión seria. No un día de autocomplacencia o de nostalgia sino de análisis y debate para encontrar la brújula con la que recorrer el camino que haga posible la necesaria transformación de Andalucía.
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