El trabajo de Asuntos Internos
La quinta columna del 'narco'
historia | 125º aniversario del fallecimiento del jerezano josé paúl y angulo
Cádiz/José Paúl y Angulo era un joven jerezano de buena familia, soltero, cuando se fijó en Lucila. Pero Lucila salía con Luis Terry. Un día en que coincidieron los tres, Paúl cruzó unas palabras con el novio y le dio una bofetada. Separados por los amigos, Luis retó al otro a un duelo y Paúl aceptó con un órdago: cuanto antes y a muerte. Con sable y a primera sangre, decidió el ofendido. Dispuesto ya todo, nombrados los padrinos, la tarde anterior a la fecha del duelo le llegó a Paúl una carta: el padre de Luis padecía del corazón; enterado de lo que iba a suceder, había enfermado; su hijo renunciaba a un desafío que podía dejarlo huérfano. El duelo quedó pospuesto. Pero Paúl no quedó satisfecho. Escribió una carta a Luis con palabras hirientes y otra a Lucila. A ella le contaba por qué se había suspendido el duelo y le decía que su novio era un cobarde y que se lo comunicaba para que lo dejase inmediatamente. Ni caso le hizo la joven.
El episodio lo recoge Jesús de las Cuevas en su biografía de Paúl y Angulo. Viene a explicar con él por qué Paúl se ganó pronto una fama de fanfarrón, jactancioso, apasionado, bravucón y duelista, de hombre acostumbrado a salirse con la suya, que no se achantaba ante nadie. Hace 125 años, José Paúl y Angulo, nacido en la calle Tornería de Jerez, moría en París. Tenía 49 años y en su vida no se había limitado a ser un señorito fanfarrón. Había participado activamente en 1868 en la conspiración que derrocó a Isabel II, había gastado su dinero en defender sus ideas, había sido diputado, había luchado en 1869 junto a Fermín Salvochea en la insurrección armada de los republicanos radicales... Pero a su entierro, en un suburbio de la capital francesa, asistieron cinco personas. Para muchos fallecía el asesino del general Prim.
Telegrafían de París que ha muerto el famoso republicano Paúl y Angulo, anunció Diario de Cádiz el 25 de abril de 1892. Más de un siglo después, en su tierra se ha esfumado su fama como político. El revolucionario Salvochea tiene una calle en su Cádiz natal y el alcalde de la ciudad ha colocado un cuadro con su imagen en su despacho. El republicano Ramón de Cala, amigo de Paúl, también tiene una calle dedicada en su Jerez natal; y un busto. Nada recuerda a Paúl y Angulo en Jerez ni en su provincia. Y si por algo es mencionado de vez en cuando es por un crimen en el que siempre negó haber participado.
En Jerez sí se encuentra una calle denominada Paúl. Está dedicada al padre de Paúl y Angulo, que en 1840 cedió unos terrenos para abrir esa calle y a cambio el Ayuntamiento acordó darle su nombre. Nace, pues, Paúl en una familia acomodada. El historiador Diego Caro relata en el Diccionario Biográfico de Parlamentarios de Andalucía que el padre de Paúl creó su propia bodega y que en 1866 era una de las principales casas exportadoras de vino de la comarca jerezana. Precisamente Paúl conoce al general Prim a principios de 1868 en Londres, donde el militar se encontraba exiliado, en uno de sus viajes a esa ciudad relacionados con el negocio familiar. Para entonces, Paúl ya es un republicano demócrata, un joven, como él mismo escribe más adelante, "terriblemente impresionado por el cúmulo de injusticias sociales que, erigidas en sistema, a mi alrededor observaba".
Paúl traba amistad con Prim. Caro explica que el militar le pide que lo represente en España en los preparativos del pronunciamiento que derriba a Isabel II. Paúl es quien acude con otros conspiradores a recoger a Prim en Gibraltar en un vapor fletado por su primo Paúl y Picardo, otro destacado republicano. Triunfante el levantamiento en Cádiz, al que Paúl se había sumado con un amplio grupo de jerezanos, civiles, marcha hacia Jerez y allí forma luego parte de la Junta Revolucionaria Local que preside Ramón de Cala.
Diputado tras las elecciones de enero de 1869, Paúl mantiene aún buenas relaciones con Prim. Pero esa etapa termina cuando se une a Salvochea en la insurrección armada de 1869. Exiliado y amnistiado, regresa al Congreso y es entonces cuando clama contra Prim, a quien considera un traidor a la causa republicana. En vísperas del magnicidio que marcará su vida, dirige el periódico El Combate y se mueve por Madrid por "tabernas de la más baja estofa", rodeado de "gentuza", "víctima del fanatismo y de los excesos en la bebida", según el líder republicano Pi y Margall. El 27 de diciembre de 1870, a punto de llegar a Madrid Amadeo de Saboya, que reinará dos años, Prim, jefe del Gobierno, es asesinado en Madrid en la calle del Turco, hoy Marqués de Cubas.
Paúl y Angulo es señalado enseguida como uno de los atacantes de la berlina de Prim. Pronto es decretada su busca y captura. Incluso en julio de 1885, casi quince años después del crimen, el juez instructor de la causa reitera esa orden de búsqueda, como "presunto coautor" del asesinato, porque tiene noticia de que ha penetrado desde Francia en territorio español. Diario de Cádiz publica esa orden, que incluye las señas del procesado: cinco pies y cuatro o cinco pulgadas de alto, toda la barba roja, gafas blancas y otras veces azules, voz bronca, algunas veces capa y bufanda al cuello... El periódico remata: "¡Capa y bufanda! ¡Cualquiera conoce al señor Paúl y Angulo en el mes de julio por estas señas!".
Paúl y Angulo, ilocalizable para la Justicia desde el día del atentado, publica al año siguiente, en 1886, un libro titulado Los asesinos del general Prim y la política en España. Ahí reitera que él no mató al militar (ya lo ha escrito en artículos). Pero nunca regresa a España, nunca se presenta ante el juez, y eso acaba por ser considerado popularmente como la prueba definitiva de que participó en el crimen.
Durante su exilio viaja a América y emprende allí diferentes proyectos. Uno de ellos es la creación en Argentina, al norte de Buenos Aires, de la colonia Nuevo Jerez. Treinta familias jerezanas se embarcan en 1889 en esa aventura. El objetivo es plantar viñas al estilo de Jerez. De las Cuevas dice que Paúl les entrega como anticipo 10.000 pesos y que cada colono también recibe 170 plantas de vides a 5 centavos por planta y a pagar cuando hubiesen arraigado. El biógrafo se pregunta si tuvo éxito aquella primera expedición, si hubo una segunda. Puede que sí, anota, dado el prestigio de las viñas del Plata.
Poco después, Paúl regresa a Europa. Cuando muere en 1892, Diario de Cádiz publica crónicas que reconstruyen sus últimos días. Llegó a París a comienzos de marzo, se alojó en el Gran Hotel y pagaba 60 francos diarios por una habitación en el cuarto piso que constaba de dormitorio, gabinete de tocador y salón. Comía poco; bebía café y ginebra constantemente; se inyectaba morfina. Continuamente excitado y como mortificado, hablaba de la muerte de Prim con sus criados. No salía casi nunca, pasaba el día escribiendo. Nadie lo visitaba excepto el rico argentino Roberto Methevn. Padecía alucinaciones. El cronista dice que "una persona enterada de varios incidentes" relacionados con el asesinato de Prim deduce que ese acontecimiento constituyó la pesadilla de Paúl hasta en los últimos momentos de su existencia.
Del hotel, Paúl se traslada a una casa de la calle Saint Honoré, a una habitación confortablemente amueblada por la que pagaba 600 francos mensuales. Allí muere la tarde del 23 de abril tras una congestión pulmonar. Al día siguiente, el republicano Nicolás Salmerón es recibido en Madrid por una multitud que entona La Marsellesa. Cuando se dirige a sus seguidores, tiene unas palabras para Paúl: "Permitidme que dedique un testimonio de duelo a un republicano consecuente que acabo de saber que ha fallecido".
Pero Paúl y Angulo es persona non grata en su país. El consulado de España en París no lo reconoce como súbdito y eso crea problemas para el entierro. Lo hace el consulado de Argentina tras la intervención del senador francés Alfred Naquet. A las tres y media de la tarde del día 25 es enterrado en el cementerio de Bagneux. Un convoy fúnebre de última clase ha trasladado el cadáver del "célebre agitador" en un ataúd de pino al que acompañan coronas y ramilletes de flores de los vicecónsules de Uruguay, Bolivia, Turquía y Amberes. El cronista anota que un antiguo cajista de El Combate asiste al entierro. También que Naquet pronuncia un discurso y que un tal Lagrange se ha incautado de los papeles de Paúl y Angulo.
En 1944, el "esclarecido" poeta jerezano Juan Ruiz Peña escribió un artículo en El Español con un título que ya condena a su paisano: Razones que tuvo el asesino de Prim. La vida de José Paúl. La intuición le dice en cambio a Diego Caro que Paúl y Angulo no tuvo ninguna responsabilidad en el asesinato de Prim, un crimen que califica como "uno de los grandes misterios de la historia contemporánea de España". El historiador coincide con José María Fontana, autor de El magnicidio del general Prim: los verdaderos asesinos, una documentada investigación que exculpa a Paúl del crimen. No sólo porque ya se sabe que el sumario del caso (nunca fue juzgado nadie) fue manipulado y que en el asesinato estuvieron implicados hombres muy cercanos al general Serrano y al duque de Montpensier. También porque Fontana ha comprobado que las pruebas aportadas contra Paúl y Angulo son todas débiles y circunstanciales. Y en muchos casos, amañadas. A todos les venía bien que el culpable fuera Paúl.
"Hasta los propios republicanos se desligaron de él. Paúl y Angulo pagó el pato, se comió el marrón. Ha quedado para la historia oficial marcado como el magnicida de Prim. Es un personaje maldito de la Historia", anota Diego Caro.
El republicano Nicolás Estévanez fue amigo de Paúl. Como señala Jesús de las Cuevas al final de su biografía, en sus memorias dejó unas frases que ilustran la tragedia de Paúl y Angulo: "He pasado varias veces por su solitaria sepultura y solo he tenido un sentimiento de profunda conmiseración. Aquella fúnebre losa no ocultará quizá ningún secreto pero sí los tormentos y las inquietudes de una existencia agitada, de un temperamento audaz y luchador. No alabo, no, a los historiadores que lo acusen por venganza o por ruindad; alabaré al que publique la prueba fehaciente de su culpa".
Nadie lo ha hecho aún. Si alguien levanta un día un monumento a la presunción de inocencia, Paúl y Angulo podría figurar en él como el ejemplo de que por encima de ese principio constitucional siempre triunfa otro: la presunción de culpabilidad.
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