MUJER E INDUSTRIA

Las 'Niñas del Dique', precursoras del empleo femenino en los astilleros

Pepa Carrasco, Pilar Muñoz, Rosa Alegre, Pilar Blanco, María José Rivero Ana Carrasco y Marisa Viaña. Pepa Carrasco, Pilar Muñoz, Rosa Alegre, Pilar Blanco, María José Rivero Ana Carrasco y Marisa Viaña.

Pepa Carrasco, Pilar Muñoz, Rosa Alegre, Pilar Blanco, María José Rivero Ana Carrasco y Marisa Viaña. / C. P. (Puerto Real)

Escrito por

· Cristóbal Perdigones

Redactor

De los 433 empleados de la plantilla de Navantia, 97 son mujeres. Aún se está lejos de alcanzar una igualdad laboral en un sector tan masculinizado como es la industria, pero teniendo en cuenta datos no tan antiguos (37 mujeres en una plantilla de 614 personas en 2005), la evolución está siendo lenta, aunque significativa.

Nada que ver con el escenario de hace ya más de medio siglo, cuando llegaban las primeras mujeres a Navantia Puerto Real. Cuentan que, en los astilleros de los años 60, uno de sus directores, que era totalmente contrario a la incorporación de las mujeres, se vio obligado a contrata a una telefonista. “Como en su cabeza no entraba el puesto de ‘telefonisto’, tuvo que aceptar a una mujer”, recuerdan. “La candidata tuvo que dar varias vueltas a un edificio mientras él la observaba desde una ventana. El requisito: no ser muy femenina, vestir desaliñada y de apariencia mojigata. La candidata, que estaba advertida, interpretó el papel a la perfección y fue seleccionada”, cuenta Marisa Viaña, una de las primeras mujeres trabajadoras del Astillero de Puerto Real.

En la historia del Dique de Matagorda supuso un cambio la llegada de Manuel García Gil de Bernabe. “Tenía las ideas muy claras y creía que la mujer era tan currante como un hombre. Fue él quien impulsó la llegada de las primeras mujeres al Dique”, recuerda Marisa, que se incorporó a la empresa el 15 de marzo de 1969.

Después de pasar varios exámenes, especialmente las 250 pulsaciones por minuto en mecanografía, consiguió la plaza. “Entonces éramos 15 mujeres frente a unos 10.000 hombres”, dice Marisa sin poder dejar de sorprenderse pese al tiempo pasado. “Recuerdo que 30 años después de ese examen, todavía había hombres que me recordaban el color del vestido que llevé el día de la prueba, imagínate el impacto que debió suponer para ellos ver a mujeres entrar por allí”, recuerda entre risas. “El vestido era amarillo, por cierto, y nunca más me lo puse”, bromea.

Entrar a formar parte de la plantilla supuso para ella un cambio radical en su vida. Era finales de los años 60 y lo habitual no era que la mujer trabajase fuera de la casa. “Tengo que decir con tristeza que había mucha gente que no lo asimilaba, y que muchas eran mujeres”.

De sus primeros años en la empresa recuerda que las mujeres estaban agrupadas en uno de los edificios de oficinas, el cariño que le tenía a la capilla (cuya restauración acabó contratando ella misma tras alcanzar una de las jefaturas) y el ruido ensordecedor nada más entrar. “De ahí lo de los sordos de los astilleros, que todo el mundo conoce”, dice con mucha simpatía.

Una historia que recuerda es que, al poco tiempo de entrar, nombraron a la hija del director como Reina de la Reina de Puerto Real, y a ella la llevaron como dama en representación de los astilleros. “Yo lo que sé es que me lo pase genial y que me pagaron los días de Feria como si estuviese trabajando, así que me salió todo redondo”. Sin embargo, no tardó mucho tiempo en darse un baño de realidad y comprobar la discriminación que sufría. “Mi trabajo empezó en la sección de comercio exterior, un trabajo precioso en el que no había rutina. Estaba contenta porque me había ‘tocado’ ese trabajo, pero pronto vi que los puestos no se correspondían igual entre hombre y mujeres. A igual trabajo, el hombre tenía siempre un puesto superior. Incluso había pluses que se les pagaban solo a los hombres. Costó años de reivindicaciones, pero se fueron asimilando”, dice con cierto pesar.

Un ejemplo clave del trato desigual es que, cuando la dirección supo que Marisa se iba a casar, recibió una llamada del jefe de Recursos Humanos. “Me ofreció una dote de 2.500 pesetas si me iba a casa después de casarme. Aunque en la época era buen dinero y muchas compañeras lo cogieron, yo dije que ni de broma. Además, yo pensaba que valía un poquito más de eso”.

Ahora, años después de haberse jubilado, y pese a que acabó ascendiendo en la empresa hasta puestos que jamás se habría imaginado y nunca antes había ocupado por una mujer, como el de jefa de Contrataciones Exteriores y Material Ajeno a Buques, la reflexión de Marisa es compartida por muchas compañeras de la época. “Yo creo que me utilizaron. Durante años tuve que responsabilizarme y hacer el trabajo del que era mi jefe, que no estaba por razones médicas.  Me pusieron por encima a jefes a los que yo tenía que enseñar a hacer el trabajo. Fueron años de reivindicaciones que el jefe de departamento zanjaba con una frase: ‘es que tú eres mujer’, y esas palabras las tengo aún marcada a fuego”.

Pero pese a todo, lo peor que llevó de su etapa laboral fue compaginarla con su labor de madre. “Entonces la palabra conciliación no estaba ni en el diccionario. Tuve dos hijas, y en ambos casos me tuve que incorporar al trabajo tras la cuarentena. Para mí fue lo más duro porque no podía ni llevarlas al médico. Nunca llegué a soportarlo”.

Esas situaciones que Marisa recuerda eran similares a las de todas las mujeres, por eso acaban encontrando un refugio entre ellas mismas, formando un grupo de amigas con lazos que aún perduran en las que siguen siendo ‘las niñas del Dique’. Eran los propios trabajadores los que se referían a ellas como “las niñas”. Y aunque son conscientes de que la palabra encierra un toque paternalista, cuando la mayoría ha superado los 70 años llevan con alegría el seguir siendo ‘las niñas del Dique’.

“Así se llama nuestro grupo de Whatsapp”, apunta Pilar Muñoz, que trabajó 18 años en el astillero. Sus funciones estaban en el centro de cálculo. Era ese un terreno en el que trabajaba junto a otras ocho mujeres. “Nosotras fuimos las primeras que entramos, y que no éramos ni secretarias ni telefonistas. Éramos un grupito muy reducido que llevábamos temas de informática. El IBM nos decían”.

Pilar recuerda que cuando había asambleas de trabajadores se colocaban en una esquina porque todas tenían mucha vergüenza de mezclarse con los miles de hombres que participaban. “Me acuerdo que quienes lideraban las asambleas, como el ex alcalde Barroso (antes de serlo), decían que si miraban a un lado y las mujeres estaban allí, es que todo iba a salir bien, porque nosotras también tirábamos de ellos”.

“Y participábamos en las protestas, que mí me ha acorralado la Policía igual que a ti”, apostilla Ana Carrasco, quien entró en el centro de cálculo en 1974.  “Estuvimos en todos los follones con la Policía delante y detrás. Una vez nos acorralaron en una manifestación en el puente de Triana (Sevilla) y no me quiero ni acordar la que pasamos para meternos en un bloque. En Cádiz también y, por supuesto, en Puerto Real, en todas las movidas”, recuerda Ana, que fue además una de las primeras mujeres en unirse al comité de empresa.

“Ojalá estuviésemos allí todavía”, dice Ana. Tiene el mismo sentimiento que su hermana, Pepa Carrasco, quien como ella empezó a trabajar en 1974 y estuvo en la empresa 30 años. “A mi encantaba mi trabajo de administrativa en Aprovisionamiento. Me vine antes de jubilarme por temas de salud, pero yo allí estaba muy bien, pese a que era consciente de las discriminaciones que había en muchos temas”.

En eso coinciden todas. Quizás es ahora, con la mentalidad actual, cuando son más conscientes de algunas de las injusticias que entonces se cometían con un grupo de mujeres que fueron, sin pensarlo ni saberlo, precursoras en la incorporación de la mujer en puestos de trabajo del sector industrial, hasta entonces desempeñados únicamente por hombres. Mujeres a las que el Ayuntamiento de Puerto Real ha rendido homenaje con la creación de la plaza ‘Mujeres del Dique’.

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