Athletic Club-Sevilla FC | La crónica

El Sevilla, un triste invitado a la fiesta de San Mamés (2-0)

  • El equipo blanco, loco por que acabe la temporada, se limita a ser un amable testigo del adiós al Athletic de Muniain y Raúl García, y enlaza su tercera derrota en la Liga

  • La escuadra de Quique Sánchez Flores propició que los homenajeados marcaran los dos goles del partido, en los minutos 17 y 19

  • La cerrada ovación del público vasco a Jesús Navas fue el único momento para el orgullo sevillista

Jesús Navas se marcha dolorido pero agradecido a la cerrada ovación de San Mamés.

Jesús Navas se marcha dolorido pero agradecido a la cerrada ovación de San Mamés. / Europa Press

El Sevilla cuenta los días, las horas y los minutos para que acabe ya esta infausta temporada. Se le notó nada más echó el balón a rodar por el prado de San Mamés, donde sólo cabía un signo en la quiniela, el uno. Parecía inevitable y así fue. Cómo iba este tristísimo equipo a entrometerse en la fiesta que el gran club vizcaíno le había organizado a dos de sus más señalados símbolos de las dos últimas décadas, Iker Muniain y Raúl García. Ambos jugaban su último partido en la Catedral del fútbol español, con el peso anímico que ello le suponía tanto a ambos como a la nutridísima hinchada rojiblanca. Y el Sevilla fue cortés y agradecido y se limitó a aplaudir, sin incordiar más de la cuenta.

De hecho, la cordialidad sevillista fue plena, ya que su defensa le facilitó el camino a los dos homenajeados, Raúl García y Muniain, para que anotasen sus últimos goles en el templo sagrado. Para que al tributo no le faltara un perejil. Nada menos que invitar a este Sevilla modosito, tímido y cabizbajo para cubrir lo necesario para organizar un partido de fútbol, que hayan once tipos en calzón enfrente. La fiesta está asegurada.

Corría el minuto 17 de partido e Iñaki Willians y Óscar de Marcos dibujaron una pared con escuadra y cartabón ante la inacción de Lukébakio, que dejó vendido a Marcos Acuña. De Marcos conserva su buen pie para servir plátanos al área y Raúl García se anticipó a Badé para conectar un frentazo inapelable.

Ya estaba la mitad del servicio hecho. La otra mitad, sólo dos minutos después: desmarque al espacio de Nico Willians por la izquierda, Badé que lo habilita, centro atrás con el exterior e Iker Muniain que se lanza con calidad para enviar, en un remate muy plástico, el balón junto al palo derecho de Nyland. Y ahí fue cuando San Mamés rompió de verdad en fiesta grande.

El rubio travieso, el capitanísimo que había levantado la Copa al cielo de la Cartuja, el talentoso mediapunta que había servido a su club durante 560 partidos, cantaba su último gol en lo más parecido al patio de su casa. A los sevillistas les faltó aplaudir. Ya lo hicieron cuando ambos jugadores fueron sustituidos en la segunda parte, bajo una copiosa lluvia que acentuó la magia del momento.

Era un partido donde el Sevilla se jugaba el honor, que no es poco. Y la imagen, que tampoco es cuestión baladí. No discutía la clasificación para algún torneo europeo porque el nivel, de la plantilla y de la dirigencia, da para lo que da y ya en los albores de la temporada el punto de mira se desvió mucho más abajo. Y tampoco estaba en el aire la permanencia porque en diciembre pasado arribó Quique Sánchez Flores y el competente entrenador madrileño al menos montó el descuajaringado mecano y lo echó a andar. Quedó, pues, un partido de sabor muy insípido para los sevillistas. Y menos mal.

Ausente Soumaré, Quique remendó su centro del campo con la entrada del jefe del filial, Manu Bueno, que se ubicó a la izquierda de Agoumé para tratar de contener el impetuoso centro del campo vizcaíno. Entre el cariz circunstancial de ese doble pivote y las dificultades para que ambos encontraran apoyos en la zona ancha –un problema que no ha terminado de resolver Quique esta campaña–, el Sevilla tardó muy poco en desnudarse atrás.

El Athletic Club, ya con la Europa League asegurada desde que levantó la Copa al cielo de Sevilla en abril, sí que se jugaba aún la quinta plaza, pues su vecino de Guipúzcoa estaba a cinco puntos de desventaja antes de la jornada. Y esa diferencia de tensión afloró en cuanto el partido se metió en harina.

Iñaki y Nico Williams se colaron una y otra vez a la espalda de la defensa sevillista, mientras Ruiz de Galarreta y Beñat Prados agarraban el partido por las asas en la zona ancha ante la feble oposición de los blancos.

Las únicas señales positivas del taciturno equipo sevillista llegaban del costado derecho. Y no por parte de Lucas Ocampos, que seguía en la línea de fútbol atropellado de sus últimas semanas. Los puntos de luz brotaban de las botas de Jesús Navas, el hombre de la semana, el símbolo que se resiste a quedarse en símbolo. Jesús penetró hasta media docena de veces con peligro en la primera mitad. Hasta que Nico impactó con él y le hizo daño en la parte posterior del muslo izquierdo. Corría el minuto 44 y ese mal árbitro que es el canario Pulido Santana ni siquiera amonestó al finísimo extremo internacional por España.

Cuando Juanlu salió a la banda para relevar a Jesús Navas, al filo del descanso, todo San Mamés se levantó para tributar al palaciego una sincera y entregada ovación. El instante fue como si de repente, en medio de un campo en barbecho, floreciera una bellísima flor blanca.

En el intermedio, Pedrosa también relevó al otro lateral, Acuña. El Athletic bajó la intensidad en la segunda parte y si el Sevilla no se metió en el partido, fue por fallos propios –un tiro con todo a favor de Pedrosa (47’)– y por las paradas de Agirrezabala, que respondió con dos buenas paradas a un testarazo y un chut de Agoumé, el sevillista más activo tras la reanudación.

Las entradas de Mariano, Hannibal y Velis en los minutos finales fueron un coherente broche al despropósito que ha sido el Sevilla esta temporada. Qué ganas tienen jugadores, cuerpo técnico y afición de que esto acabe. ¡Qué ganas!

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios