Un hombre de Estado, centrista y de Cádiz
En recuerdo de Pérez-Llorca
No es que su voz encandilara. A veces hasta me chirriaba un poco. Pero lo curioso es que, pese a ello, siempre recordaré a José Pedro Pérez-Llorca en el uso de la palabra. Da igual que fuera en privado, en una entrevista o delante de un micrófono en un auditorio lleno a rebosar. Porque cuando él hablaba se hacía el silencio y llegaban primero la atención a un discurso y luego la reflexión en torno a unas ideas, a un mensaje. Porque impactaba lo que decía, claro, pero también cómo lo decía. Porque impactaba su capacidad de oratoria, y su calma, y su serenidad, y sus pausas y algunas veces hasta su retranca tan de Cádiz.
No voy a ser tan osado de decir cómo era Pérez-Llorca.
Coincidí con él pocas veces y, por eso, me siento incapaz de ahondar en sus cualidades humanas. De ello ya se han ocupado y se seguirán ocupando en las próximas fechas muchos de los que sí le trataron con más cercanía, tanto en Cádiz como en Madrid. Pero de esos encuentros que tuve con él me quedo sobre todo con dos en los que sí descubrí sus cualidades innatas para la política. El primero de esos encuentros tuvo lugar a finales de noviembre de 2002, en una entrevista al alimón con Diario de Cádiz y Canal Sur. Junto a la terraza del antiguo hotel Atlántico, y con el micrófono de Modesto Barragán como testigo, Pérez-Llorca, que ya había empezado a regresar con más asiduidad a su Cádiz natal, reflexionaba sobre el pasado y el presente de España y a mí al menos me dejó de piedra. Porque la Constitución de 1978 que él ayudó a engendrar, y que tanto contribuyó a normalizar las relaciones entre los españoles, no es que tuviera imperfecciones o detalles a mejorar. Es que, a su entender, ese texto constitucional contenía “errores de bulto” que, decía, sería recomendable subsanar. “La reforma de la Constitución no puede ser un tabú”, reflexionaba al tiempo que destacaba que urgía reprogramar el funcionamiento del Senado, e incorporar nuevos derechos como el de protección de los menores y los relacionados con las nuevas tecnologías, y, sobre todo, había que solucionar las ambigüedades del título octavo, vinculado a los derechos históricos de las autonomías. Estas modificaciones, sin embargo, no es aconsejable que se acometan en la España actual, en la que hay tanta tensión política y “tanta ira”, como dijo el propio Pérez-Llorca en enero de 2018 en su comparecencia ante los miembros de la comisión creada en el Congreso para abordar una hipotética reforma de la actual Carta Magna.
El José Pedro Pérez-Llorca de finales de 2002 aún miraba mucho atrás. Era cuando consideraba que el despegue de España en el ámbito europeo y el desarrollo de las autonomías “han ido más allá de lo que preveíamos en la Transición”, cuando entendía que la llegada del PSOE al Gobierno en 1982 era necesaria para que la democracia se asentara definitivamente en el país y cuando concluía que la UCD terminó saltando por los aires entre otras cosas por la dimisión de Adolfo Suárez pero, sobre todo, por la postura que adquirió esta formación centrista en referencia al referéndum de autonomía de Andalucía.
Más de una década después, cuando el 19 de marzo de 2013 recibió en San Fernando el título de Hijo Predilecto de la Provincia, el ex ministro gaditano ya prefería mirar al futuro. Allí, en el Real Teatro de Las Cortes, un histórico edificio que bautizó como “la verdadera cuna de la libertad”, Pérez-Llorca prefirió lanzar un mensaje de optimismo cuando la crisis económica azotaba con más fiereza a la sociedad gaditana. En el auditorio, con su calma de siempre, miró al resto de los premiados por la Diputación. Allí estaban la cantante Niña Pastori, el torero Juan José Padilla, el bailaor linense David Morales, otros insignes gaditanos como el neurólogo y psiquiatra jerezano Francisco Fernández García-Figueras, el escritor portuense Manuel Pérez Casaux (aunque ese día estuvo ausente por motivos familiares) y la pediatra Perpetua de Paz Aparicio, presidenta de la Asociación de Padres de Deficientes Psíquicos de la Bahía de Algeciras, y representantes de instituciones tan señeras como la Asociación Puertorrealeña de Diabéticos, la Asociación de Familiares de Pacientes con Daño Cerebral Adquirido de Cádiz (ADACCA), la patronal del sector de la hostelería de la provincia de Cádiz (Horeca) o el instituto Padre Luis Coloma de Jerez. Los miró a todos y afirmó: “Aquí está representado el arte, la sabiduría, la solidaridad y la ejemplaridad de Cádiz. Y con tanta gente buena como tenemos aquí, ¿cómo no vamos a salir adelante?”. De autohomenajearse por su gesta de la Transición, nada de nada. Su lección de aquel día era que siempre había que mirar adelante.
Hoy, tras asumir la noticia de su fallecimiento, he intentado imaginarme cómo serían las reuniones para elaborar la Constitución. Y me imagino a Manuel Fraga a un lado de la mesa, a Jordi Solé Tura en el otro extremo y a José Pedro Pérez-Llorca en el centro, arbitrando, moderando el debate, dando y quitando razones e intercediendo siempre para que nada saltara por los aires. Porque lo que muchos hoy no entienden o no quieren entender es que hace 40 años, cuando la democracia española empezaba a dar sus primeros pasos, las dos Españas cedieron muchísimo. Porque la derecha tuvo que tragar con la legalización de un Partido Comunista que para ellos era el diablo, y con que España pasara a ser un país aconfesional. Casi nada. Y la izquierda tuvo que tragar con una bandera que no era la suya y con una Monarquía que les originaba urticaria. Casi nada también.
Buena parte de ese éxito hay que atribuírselo a José Pedro Pérez-Llorca, un centrista con mayúsculas que no usaba mucho la palabra “patria” pero al que no le daba ningún reparo decir “España”; un centrista que vivió con toda normalidad que el PSOE relevara a la UCD en el Gobierno y que después llegara el PP, y que en los años posteriores continuara esa alternancia; un centrista para el que España tenía comunidades autónomas que no eran ni regiones, ni nacionalidades históricas; y un centrista que no era de izquierdas, ni derechas, sino las dos cosas a la vez.
Ha dejado escrito Fernando Santiago que desde Segismundo Moret no ha habido un gaditano con mayor relevancia en la política nacional como José Pedro Pérez-Llorca. No creo que esa lectura sea exagerada. Yo lo único que puedo afirmar es que en el último cuarto de siglo muy pocos políticos de los que he tenido delante me han impactado por su clarividencia. Yo ahí sólo incluiría a Rodrigo Rato (mucho antes de que se conocieran sus desmanes), a Alfredo Pérez Rubalcaba y a José Pedro Pérez-Llorca. Ellos sí dieron lustre al cargo de ministro, al que creo que no debería llegar cualquiera.
España ha perdido a un hombre de Estado, sencillo, culto y de centro. Y era de Cádiz. Que esta provincia no lo olvide nunca.
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