Campaña 'soft', campaña sucia

Elecciones Andalucía

Acuartelado entre Vox y Ciudadanos, el PP andaluz pierde la centralidad, mientras el PSOE parece querer dormir estos días

Susana Díaz visita Almería.
Susana Díaz visita Almería. / D.A.
Juan Manuel Marqués Perales

11 de noviembre 2018 - 04:00

"Van a terminar consiguiendo que nos voten quienes no nos quieren votar esta vez". En el PSOE andaluz no terminan de dar crédito a la radicalización de la campaña del PP. En todas las citas electorales andaluzas que los populares han estado a punto de ganar la Junta, como la de Javier Arenas en 2012 o las que condujeron a la legislatura de la pinza, siempre hubo un momento en el que el PP se pasaba de frenada. "Sólo venden ruina", respondió el Manuel Chaves de entonces a los mensajes apocalípticos de la oposición.

Pero esta vez, Juanma Moreno, el candidato popular, no parte como posible ganador. Ni su estilo es el de un luchador en el barro, más bien es un político sin mucho colmillo, que no se ha involucrado demasiado en las aventuras judiciales de los suyos en los casos ERE e Invercaria.

Pero la semana ha arrojado dos hechos que apuntan a una campaña sucia. Las Nuevas Generaciones lanzaron el jueves una cartelería, virtual, en la que tachaba de "ratas" a todos los ex presidentes de la Junta, desde Rafael Escuredo a José Antonio Griñán, y se les acusaba de gastar el dinero de los parados en droga y puticlubs.

A la vez, a esas mismas horas, el senador Luis Aznar sometía a Susana Díaz a un duro interrogatorio en la comisión de investigación de la financiación de los partidos. Si en la primera parte de la comparecencia, la que fue televisada tanto en RTVE como en Andalucía TV, la presidenta superó las cuestiones de quien parecía un atribulado senador leonés aquejado de un laísmo chirriante, tras el primer descanso Luis Aznar la llevó a un terreno muy incómodo donde tuvo que explicar los contratos de su esposo y de tres cuñados en dos empresas subvencionadas por la Junta.

El Senado no está para eso, efectivamente. El PP ha convertido la Cámara en una plataforma de interés particular, donde se lleva a los socialistas andaluces en plena campaña electoral para ser sometidos a una comisión de humillación. Después de Susana Díaz, tendrán que comparecer Manuel Chaves y Francisco Javier Guerrero, el principal encausado en el caso ERE.

Los populares andaluces se quejan amargamente de que la corrupción no pasa factura, y no es cierto.

El PSOE de Susana Díaz obtuvo los peores resultados en las elecciones autonómicas de 2015, y el 2 de diciembre puede aproximarse peligrosamente al 30% de apoyos, pero en esa misma comisión, la del Senado, también se evidenció que el partido de Pablo Casado carga con una mochila de piedra. Le acaba de dimitir su anterior secretaria general, María Dolores de Cospedal, por sus encargos al comisario Villarejo, uno de los atajos sucios de defensa popular en el caso Gürtel. Como el martilleado del disco duro de Bárcenas.

El problema de los populares en estas elecciones andaluzas es nuevo. Y de ahí, estos miedos. Por vez primera deben hacer frente a rivales por los dos flancos, Ciudadanos por el centro y Vox, por la derecha. El partido de Santiago Abascal aspira a obtener un parlamentario por Sevilla y a Juan Marín, el candidato de Ciudadanos, le han puesto el complicado objetivo de sobrepasar al PP.

Y así, acuartelado entre Ciudadanos y Vox, el PP va perdiendo el centro y, lo que es peor, parte del voto más conservador de la derecha. Pablo Casado se ha volcado en la campaña como si fuese candidato; Juanma Moreno se fotografía ante supuestas tortillas, hamburguesas y polvorones, y el comando basura intentará exprimir, con nombres y apellidos, los casos más nauseabundos de corrupción: el peor, el del uso de tarjetas de la Faffe ( la extinta fundación de la Consejería de Empleo) en el prostíbulo Don Angelo.

¿Y el PSOE? Si la campaña del PP es agresiva, a veces sucia, la del PSOE es soft, blanda, que casi ni se note. Los socialistas han puesto todos los huevos en la misma cesta, la de Susana Díaz. Los consejeros del Gobierno andaluz, muchos de los cuales se presentan en las listas electorales, apenas gozan de proyección pública, no vendrán los ministros a hacer campaña y Pedro Sánchez sólo sumará dos intervenciones en Andalucía.

La dirección socialista andaluza ha aclarado a Ferraz que no desean un desembarco de ministros ni de otros cargos del partido. El presidente del Gobierno tiene una intensa agenda internacional en las próximas semanas, por lo que su presencia va a ser muy limitada.

Esta estrategia también es difícil de comprender, de no ser que el PSOE busque unas elecciones sin demasiada participación. En 2015 la afluencia a las urnas fue baja -un poco más del 61%-, y el 2 de diciembre aún puede bajar más, pero no está escrito que al PSOE le beneficie una participación débil. Lo que vienen indicando los sondeos es que la intención directa de voto está muy igualada entre los tres partidos de la oposición y que el PSOE les saca una ventaja amplia para ganar, pero poco más.

Si el voto estimado está siendo tan diferente según qué sondeos, se debe a la distinta interpretación que los sociólogos están dando al voto declarado; es decir, a la cocina. Pero Andalucía está dividida en ocho circunscripciones, el PSOE puede perder tres escaños casi sin darse cuenta, porque fueron los que ganaron un 2015 por un puñado de votos.

Susana Díaz está desplegando una campaña muy similar a lo que venía haciendo como presidenta de la Junta el último año. Reuniones sectoriales, encuentros con comités de empresas, paseos por los pueblos acompañada de los alcaldes... pocos mítines y escasa cartelería, más allá de un incesante trabajo en las redes sociales.

Es como si fueran unas elecciones adormecidas, donde todo se da por sabido, a excepción de la rivalidad que se dirime en la derecha. O es una calma que augura tiempos turbulentos.

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