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La posible reconfiguración de un Estado que dé carta de naturaleza a un sistema más desigual demandaría una respuesta del resto de España. También de los andaluces. La hubo en 1977. Fueron las históricas manifestaciones que recordó el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, en la última conmemoración del 4 de diciembre: "Los andaluces volvemos a tener la obligación histórica con nuestro país de defender la igualdad". Se refirió Moreno a los cientos de miles de andaluces que salieron a las calles a pedir un Estatuto como el que estaba previsto sólo para Cataluña, País Vasco y Galicia. Así fue en la Transición. Surge la duda sobre la ausencia o presencia de voces que lideren ahora una contestación similar.
"El liderazgo de las instituciones debe ir de la mano de la movilización ciudadana", avanza José Luis de Villar, profesor asociado de Derecho Constitucional en la Universidad Pablo de Olavide. "En aquellos años, en plena Transición, la movilización ciudadana fue clave, entre otras razones, por la inexistencia de esas instituciones propias. Ahora debería ser por tanto más fácil recuperar la movilización. Pero, para eso, los partidos políticos que están al frente deberían renunciar al sectarismo y a la confrontación estéril y buscar espacios de entendimiento por el bien de Andalucía. Y me temo que eso está complicado".
El profesor titular de Fundamentos de Análisis Económico Joaquín Aurioles incide en el cambio padecido en las formaciones políticas, más obstáculos ahora que los catalizadores que fueron. "Los partidos han contaminado las relaciones sociales hasta el punto de que poca gente conoce a sus representantes, es decir, a quienes deben defender sus intereses. La subordinación a los dictados de las cúpulas de los partidos es tan acusada que cualquier residuo del poder político que debería corresponder a Andalucía por su tamaño y población resulta irreconocible. Echo en falta –resalta Aurioles, quien lamenta la atonía en la Universidad– instituciones de la sociedad civil comprometidas y exigentes con aquellos que deben representarnos, que desde luego en nada se parece a lo ocurrido durante la transición".
El historiador Carlos Arenas afirma que "el liderazgo debe corresponder a las organizaciones políticas, sindicales o ciudadanas que quieran representar los intereses de la mayoría social; a los intelectuales a los que les duele el sempiterno atraso andaluz; a quienes tratan de confrontar el poder ciudadano al poder de los lobbies. Obviamente, las fuerzas que reclaman un cambio de rumbo en la trayectoria histórica andaluza son hoy menos influyentes que hace 44 años. Los valores colectivos de los años setenta y primeros ochenta que quedaron reflejados en el Estatuto de 1981 han quedado en gran medida arrasados por una cultura particularista subida a los lomos del mantra neoliberal y el sálvese quien pueda. Sería partidario –finaliza Arenas– de volver a empezar, de recuperar los valores que, por otra parte, son los únicos capaces de poner Andalucía, al 20% de los españoles, dentro de las prioridades políticas del Estado".
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