La vergüenza y los números

diez años de la mayor tragedia del estrecho 3 Las estadísticas

Una niña deposita flores en la playa de El Buzo el 25 de octubre de 2008.
Una niña deposita flores en la playa de El Buzo el 25 de octubre de 2008.
P.i. Cádiz

25 de octubre 2013 - 05:01

Si usted quiere comprarle una lancha de juguete en agosto a su hijo en Tarifa, dependiendo de lo grande que la quiera, pagará entre 40 y cien euros. Esa misma lancha, 14 kilómetros al sur, en Tánger, puede llegar a costar 400 euros. En Tarifa esa lancha sirve para jugar en la orilla. En Tánger esa lancha sirve para hacer una travesía. No es un juego de niños. Son juguetes que no detecta el radar y esa precaria 'tecnología' dispara su precio. Sólo en el primer trimestre de 2013 se interceptaron a 223 inmigrantes en estos artefactos. Suelen ir ocupadas por seis personas y el coste del viaje es de 600 euros. Es menos seguro, pero supone pagar cien euros por la incierta aventura. Un viaje en una patera cuesta mil euros, los precios se han devaluado. Hace diez años, las 37 víctimas de la patera de Rota pagaron 2.000 euros por su viaje a la muerte. La repatriación de sus cuerpos, el regreso, costó 3.000 euros.

El negocio sigue existiendo. La crisis española no desalienta en la otra orilla, aunque ahora sean más subsaharianos que magrebíes los que afrontan el riesgo. Si en 2011 fueron 3.141 inmigrantes los que pasaron por el centro de acogida de Algeciras, en 2012 superaron los 5.000. En los primeros nueve meses del año, a un lado y otro del Estrecho, se han rescatado a 2.221 personas, la mayoría subsaharianas y la mayoría de las 293 embarcaciones con la precariedad de un artefacto de juguete. Apenas hay pateras como las de los años 90, como la primera que en la playa de Los Lances supuso en 1988 el primer naufragio conocido de inmigrantes, donde murieron 18 personas. Desde entonces hasta 2009 el obispado de Cádiz había realizado un estudio en el que había contabilizado no menos de 18.000 muertes en el Estrecho. En estos últimos cuatro años es muy posible que esa cifra, siempre inexacta, ya se aproxime a los 20.000.

Como afirma Ismael Lobatón, coordinador de la Cruz Roja en Tarifa, cada número es una historia, una biografía, a veces tan corta como la de un bebé. Pero sólo las grandes tragedias parecen sensibilizar. En las aguas de Lampedusa llevan años muriendo en goteo hombres, mujeres y niños desesperados que huyen de los polvorines de Libia, Siria, Argelia... Han tenido que ser más de 300 para conmocionar a la opinión pública. Con la patera de Rota, la mayor tragedia de una tacada en el Estrecho, con el mar escupiéndonos la realidad a la turística playa de Vistahermosa, ocurrió algo parecido. Las fotos de Fito Carreto y Jaro Muñoz nos ofrecieron todo el horror que necesitábamos para nuestras conciencias. El número y las imágenes agitan. Quizá no sea la mayor tragedia. En agosto de 2008 fueron rescatados a la deriva veinte subsaharianos en el mar de Alborán. Con testimonios imprecisos, algunos de los supervivientes dijeron que en la embarcación viajaban unos 70. Una mujer, en estado de shock, decía haber perdido a sus marido y a sus tres hijos. 50 ahogados de ser cierto. Se los tragó en el mar. El mar los silenció. Invisibles.

Pocos recordarán a un marinero marroquí del transbordador Bissat que se lanzó al mar a socorrer a un subsahariano cuya lancha neumática había volcado a unas cinco millas de la costa de Tarifa: fue succionado por las hélices, que despedazaron su cuerpo. El inmigrante al que intentó salvar murió en el traslado de Salvamento Marítimo. Un número muy pequeño, dos, para ser recordado. Forman parte de la estadística, pero esa historia heroica es olvido. Ocurrió el pasado mes de marzo.

Hace exactamente un año, en el trágico mes de octubre, cuando se multiplica el tráfico de pateras, nueve embarcaciones hinchables salieron desde distintos puntos de la costa de Marruecos. El resultado fue desolador. Dos tocaron costa española en Melilla, cinco fueron rescatadas en alta mar y las otras dos sumaron veintitrés muertos. Fue en Marruecos. Ni siquiera llegaron a nuestras aguas. Olvido.

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