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El éxito de convertir a Susana Díaz en 'El gatopardo'

La presidenta aplicó con el adelanto de un año la máxima lampedusiana de que para que todo siga igual, hay que cambiarlo todo. El sistema electoral vigente actúa de garante para que todos pierdan menos el PSOE.

Alberto Grimaldi

24 de marzo 2015 - 06:54

LAS votaciones del pasado domingo confirmaron el declive del bipartidismo, en la línea marcada hace casi un año por las elecciones europeas y en consonancia con lo que todos los sondeos apuntaban desde hace semanas.La configuración de una Cámara con cinco partidos representados se ha confirmado, pero la correlación de fuerzas y el reparto de los escaños sigue respondiendo a un sistema electoral que prima a las listas más votadas y que protege por tanto al bipartidismo, puesto que aunque con mucho menos peso, PSOE y PP aún suponen el 62,19% de los votos válidos emitidos. El votante ya no es claramente bipartidista. El sistema aún lo es.

Y lo es porque el sistema de representación electoral que se usa en España, en todas las convocatorias, utiliza un método que manda miles de voto al limbo: no logran representación real en la Cámara.

La asignación de escaños mediante la Ley D'Hondt establece un reparto proporcional según el número de votos. Antes, se establece un mínimo, del 3% en el caso de las autonómicas andaluzas, para poder ser tenido en cuenta en el reparto de parlamentarios y una vez hecha esa criba otorga los parlamentarios dividiendo el resultado de cada partido por cada uno de los asientos en juego. Los restos más altos son los que consiguen la asignación. Además, ese reparto se hace por provincias, que son las circunscripciones electorales. Y cada provincia tiene un número de escaños en función de su censo.

Este método protege a las mayorías y, en concreto, al bipartidismo. Un hecho que seguro tuvieron presente Susana Díaz y su equipo de asesores a la hora de jugárselo todo al adelanto electoral.

El resultado conocido de una amplia mayoría para el PSOE, con 47 escaños, se habría visto muy mermado con un reparto proporcional puro. Los socialistas serían los más beneficiados, con una sobre representación de siete escaños. Una frontera que supone la diferencia entre un mal resultado y uno, como el obtenido, bastante bueno.

De hecho, por ser la primera fuerza electoral andaluza de nuevo, el PSOE es capaz con 118.881 votos menos que en 2011 y bastante menor proporción del electorado (el 35,43% frente al 39,56% de hace tres años) obtiene el mismo resultado: 47 diputados.

El PP, pese a la gran pérdida de votantes (-506.665 sufragios) y el descalabro de 17 escaños perdidos respecto a la votación de 2011, aún logra tres parlamentarios más que los 30 que tendría con un reparto proporcional.

El sistema sólo privilegia a esos dos partidos. Los otros tres con representación y UPyD salen perjudicados con diferente grado de intensidad. Podemos obtiene 15 diputados en vez de los 16 que tendría con un reparto proporcional puro.

El otro partido emergente, Ciudadanos también sacaría mejor resultado, con un escaño más que los nueve que certificaron las urnas en la noche del domingo.

IU se ve claramente perjudicada, porque en vez de tener cinco escaños y perder representación en tres provincias, tendría ocho, uno por circunscripción si el reparto se hiciese con un método que otorgase en la Cámara el mismo peso relativo que tienen sus votos.

Y aún más UPyD. De no lograr ni un sólo escaño, un reparto proporcional que no establezca un umbral para obtener representación le permitiría tener hasta cuatro escaños. Esta simulación está hecha aplicando el reparto por circunscripciones, pero con el método proporcional. No hay una diferencia enorme si se calcula con una circunscripción única, salvo para agrandar levemente los beneficios que PSOE y PP obtienen de esta ley electoral bipartidista y aumentar la nómina de formaciones que sí tendrían representación.

Ello viene a corroborar que incide casi más el método de distribución de escaños que la propia utilización de las provincias como base electoral.

Si se analiza provincia a provincia, sólo en Granada se obtendría el mismo resultado al repartir los 13 escaños en juego con un método u otro.

En el resto de provincias el PSOE y, en menor medida, el PP van perdiendo escaños en favor de partidos menos votados con el sistema proporcional puro.

La existencia de este sistema que prima a los más votados en su representación ha jugado un papel esencial en que la apuesta política del adelanto electoral en un año sirviese a los intereses del PSOE y de Susana Díaz.

La confirmación mediante los sondeos de que el PSOE sufría un desgaste menor al situarse como primera fuerza en todas las provincias salvo Almería, situaba al PP como principal damnificado de un reparto entre cinco, que hubiese sido de seis sin la legislación actual, más allá incluso del trasvase del voto perdido.

También IU salía claramente perjudicada, tras haber sido el instrumento útil, pero de usar y tirar, que permitió al PSOE no perder el Gobierno de la Junta cuando sí perdió las elecciones. Tan útil que no se desprendió de la federación de izquierdas hasta no tener garantizado que en 2015 habría Presupuesto.

La jugada era muy arriesgada, porque ponía en juego toda la carrera de Susana Díaz, tanto en Andalucía como para un eventual liderazgo futuro en la política nacional.

De hecho, la decisión se tomó con márgenes más holgados que los que finalmente depararon las urnas. Las simulaciones de principios de año superaban los 50 escaños para los socialistas y facilitaban mucho más la gobernanza en minoría. Las previsiones más optimistas situaban a Díaz al borde de la mayoría absoluta.

El sistema electoral ha sido el garante de que el sólido suelo de votos del PSOE dé réditos máximos. Susana Díaz se legitima como vencedora de las elecciones. Gobernará, con alguna dificultad, pero gobernará. Y que el resultado sea el peor de la historia de la Autonomía para el PSOE, en términos relativos, se queda en un mero dato estadístico irrelevante para el juego político.

Susana Díaz y su equipo emularon a El gatopardo y optaron por cambiarlo todo para que nada cambie. Romper la baraja cuando no había más motivo que asegurarse que todos perdían menos el PSOE, que recupera su hegemonía andaluza, insufla ánimos a todos los candidatos y votantes socialistas para las elecciones de mayo y salvaguarda la imagen de la presidenta de la Junta como la de una triunfadora política.

Es probable que el resultado no fuese tan bueno como el que esperaban hace dos meses no sólo por la irrupción de dos partidos emergentes en vez de sólo uno, sino por la estrategia de campaña seguida por el PSOE, con una candidata centrada en el contacto populista en las calles y con un tono gritón -especialmente en los debates- y alejado del perfil de mujer de Estado que se había labrado en el año y medio que llevaba como presidenta de los andaluces. En nuestra comunidad recuperar ese perfil institucional costará algún tiempo pero es salvable a medio plazo. Reconstituir la imagen perdida en Madrid será más complicado y lento.

Pero son efectos colaterales de que no empañan que apuntarse al pensamiento lampedusiano, gracias a un votante fiel que permanece incluso en los peores momentos y a un sistema electoral que le garantiza la prima de sobrerepresentación, le ha salido redondo a Susana Díaz

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