El año de la vivienda . Por Yolanda Vallejo

Acabo de terminar 'Cien años de soledad' en versión serie. Si yo fuese cultureta, intelectual de Facebook o así, tendría que decir que me ha parecido una aberración; que Gabo, nuestro Gabo –hay que decirlo así para que usted vea que yo soy muy leída- habría puesto el grito en el cielo. Que llevar a la pantalla el universo de los Buendía ha sido una profanación y que el producto, además, no merece que entres en mi casa. Pero como no soy ni cultureta ni intelectual, diré que la serie me ha gustado muchísimo; que, por fin, he conseguido enterarme de cuántos Aurelianos había y que me he reconciliado con la novela de García Márquez que todos consideran una obra maestra y que a mí me parecía bastante irrelevante frente a la grandiosidad de 'El Amor en los tiempos del cólera' o 'Muerte constante más allá del amor'. Porque yo soy más del desierto de Aracataca, donde sopla el viento de la desgracia y, muchísimo más, del senador Onésimo Sánchez, que encontró al amor de su vida en medio de una campaña electoral que se le estaba haciendo bola. Y porque, usted lo sabe, siempre he pensado que Cádiz es Macondo con más salero.

Termina el año y el alcalde hace balance de lo que hemos sido y avance de lo que seremos. «Seremos otros, señoras, señores, seremos grandes y felices», decía Onésimo Sánchez; «lo más importante no es lo que hemos hecho, sino lo que nos queda por hacer», decía nuestro alcalde, flanqueado por ocho de sus trece concejales, recordándonos que ya no seremos «los expósitos de la patria, los huérfanos de Dios en el reino de la sed y la intemperie, los exilados en nuestra propia tierra» –esto no lo dijo Bruno, claro está, sino García Márquez, pero lo podría haber dicho perfectamente- sino que tendremos el futuro en nuestras manos y, al vernos, se asombrarán todas las naciones. Me gusta ese tono de realismo mágico que tienen las declaraciones del alcalde. Será que me tienen deslumbradas las luces de Navidad o que, desde primeros de diciembre, salgo a la calle con un itinerario –como en Semana Santa- para que no se me escape ninguno de los actos programados, pero cada día estoy más convencida de que si queremos conseguir algo, primero hay que imaginarlo y desearlo. Porque, aunque la realidad y el deseo siempre terminan pareciéndose lo que un huevo a una castaña, los discursos triunfalistas se van colando por las grietas del fracaso y, al final, uno se contagia de optimismo y acaba por ver un diamante en un cacho de hielo y lo recuerda hasta el último día de su vida, frente a un pelotón de fusilamiento.

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El pasado lunes supimos que 2025 –año que tiene una rima insuperable- «será el año de la vivienda en Cádiz», y de paso, nos enteramos de que el que se nos acaba, ha sido el año de «la gestión administrativa», cosa que no sabíamos y será por eso que seguíamos viendo la ciudad igual de sucia, el servicio de autobuses igual de lento y el alumbrado ordinario fallando igual que siempre; cosas de la gestión administrativa, que no se van a repetir en el año que entra, en el que veremos materializados los proyectos del Portillo, el parque del Cementerio, la mejora del Parque Genovés -lo de mejora ya suena a escaso-, el parque de la Muralla, el nuevo servicio de parques y jardines, la ayuda a domicilio, la apertura de los depósitos de Tabacalera, las reparaciones de la Casa del Carnaval, las instalaciones deportivas de Loreto y Puntales, el Teatro del Parque, y las primeras ciento seis viviendas de este mandato, que junto al tope del cuatro por ciento de pisos turísticos son más que suficientes –para el equipo de Gobierno- para dar nombre a 2025. Qué le vamos a hacer, cosas peores se han visto y nos hemos quedado tan tranquilos.

Porque somos macondianos, claro y lo mismo nos entra una epidemia de sueño y se nos borra la memoria, que nos tiramos a la calle para aplaudirle al Sol que más calienta. Es el realismo mágico, no tengo la menor duda. Sabemos que nada de lo prometido se hará realidad en el próximo año, y que, por debajo del altar de las ofrendas, se ven los desconchones, pero nos da igual, porque bastante feo está el mundo como para que, encima, nos pongamos exigentes.

El mundo, decía García Márquez, era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Nuestra ciudad es tan antigua que ya todo está nombrado, y por eso ni siquiera señalamos que el emperador está desnudo. Qué más da, lo importante es estar vivos, un año más, el año de la vivienda.

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