La inteligencia o el cartel de carnaval. Por Yolanda Vallejo

Antes de que usted lo diga y las redes terminen por pregonarlo a los cuatro vientos, me adelanto yo: qué feas son las cuatro obras que habían seleccionado para el cartel del próximo Carnaval, y digo cuatro, a pesar de la descalificación de una de ellas, porque fueron cuatro hasta que la inteligencia se hizo carne y habitó en las redes sociales. Que no digo que no tengan valor artístico o que no tengan una magnífica ejecución y un grandísimo nivel; no, yo soy mucho más pedestre y mucho más ignorante y me quedo, posiblemente, con las hojas del rábano, pero qué quiere que le diga, ninguna de las cuatro me gusta. Y dirá usted que, si no me gustan, será problema mío. Y llevará usted toda la razón, porque el libro de los gustos, o eso dicen, están en blanco. Así que, sin entrar en materia ética ni siquiera en materia estética me basta con pensar cómo serían los demás para que el jurado hubiese decidido que estas fueran las elegidas para la gloria de anunciar nuestra fiesta más genuina.

Unas propuestas que, se supone, son -nunca mejor dicho- el cartel, el escaparate del Carnaval de Cádiz, la celebración que aspira eternamente a que la UNESCO la considere Patrimonio de la Humanidad como ya lo son el de Río de Janeiro, el de Callaro, o el de Basilea, por citar solo algunos de los que ya llevan el noble apellido. El nuestro, pese a lo genuino de su carácter y lo original de su factura, aun se conforma con eso de «interés turístico internacional», que dice en los carteles. Carteles que, permítame que insista, no hacen honor ni de lejos a lo grande que es nuestra fiesta e incurren, un año más, en los cuatro tópicos de siempre. En dos de ellos aparece la Catedral- ¿Por qué siempre tiene que salir la Catedral en los carteles de Carnaval? - como telón de fondo de la fiesta y los otros dos tiran por los clásicos, el Falla y la Alameda -no sé cómo se llama esa parte de la Alameda ahora- con unos disfraces -que no tipos- que lo mismo podrían verse en Venecia, en Cuenca o en la película «It», que algo de inquietante también tienen los carteles, todo hay que decirlo.

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Lo que ya no sé es si me inquietan más las imágenes o los títulos de las obras. «Lágrimas que ríen y cantan» –una lástima su descalificación- era la que más me perturbaba. Por varios motivos, además, y no solo por el que usted ya conoce, o por la estética del más allá, como de carnavales del «otro mundo» o de otra dimensión, sino por la gaviota posada en el clavijero de la bandurria. Que ya sé que las gaviotas están tan humanizadas en esta ciudad que no sería raro que una de ellas posara como si tal cosa con la familia de las lágrimas que ríen y cantan, pero con ese tamaño… no sé, Rick. Si yo no fuese de Cádiz, se lo digo de corazón, no me sentiría tentada de ir en Carnaval para que por una esquina se me aparecieran estos tres con la gaviota y la bandurria. Pero, en fin, cosas más raras se han visto. Por ejemplo, el trovador papagayo, que también toca la bandurria -o esto parece más bien un laúd-, en ese caso con un «Tanguillo para la Bella Escondida» y una caja también escondida, por si acaso. Una azotea gaditana, tres máscaras -tan inquietantes como la familia de las lágrimas- y un cielo naranja, -artificial pero humano, paradójicamente- que no se sabe bien qué significa. Tampoco sé bien qué significado tienen los «Sueños de Carnaval» del señor del gorro que bien podría ser la versión 2.0 de aquel mítico cartel que pintó Hernán Cortés en 1987. Este me inquieta mucho, además de porque tiene cuatro dedos -nadie es perfecto-, porque le salen flores del pito, y porque tiene en la cabeza una serie de personajes históricos -hasta un santo lleva encima- que parecen como sacados del álbum de cromos «Vida y color» -soy tan antigua que seguro que usted no se acuerda-; imagino que serán disfraces, claro, y también imagino que al artista le habrán parecido más propios de nuestro Carnaval que los que se ven por las calles. Calles que son las protagonistas de la última propuesta, y no por última menos interesante, por supuesto. Porque «Futuro y tradición» se funden en una apuesta por la cantera, que está muy bien para los que somos de aquí, pero que puede llegar a confundir al que viene de fuera -lo mismo es buena idea- y le haga pensar que el carnaval de Cádiz es algo de niños vestidos de langosta -como los del belén de Love Actually- que cantan con Juan Carlos Aragón y Manolo Santander. Y, aun así, si no fuera por la Catedral, este cartel sería mi apuesta definitiva, si me decidiera a votar, porque, en el fondo, es el más gaditano, aunque parezca una foto de las de Kate Middleton.

Haga la prueba, quítele a la familia de Ronald McDonald, la Alameda; al tucán cantarín le quita usted la Bella Escondida y al hombre del pito con flores le borra el Falla y… ¡voilá! Ya tiene usted el cartel del carnaval del pasado año, aquella «alegoría del Carnaval que el autor había vivido con su pareja» y que lo mismo podría ser en Cádiz que en su Barakaldo natal. De nada ha servido, ya ve, que cambien las bases del concurso para que la inteligencia artificial –y, al fin y al cabo, inteligencia- se cuele en los carteles y para que las obras se presenten con una explicación –en cartelería, todo lo que hay que explicar, es malo- que detalle qué es lo que se comunica.

Pues verá, lo que se comunica es básicamente, que el Carnaval de Cádiz se celebrará del 27 de febrero al 9 de marzo, y todo lo demás es lo de siempre. Que no aprendemos.

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