Tampoco es pa ponerse ajín. Por Yolanda Vallejo
Hace unos años, el eterno presidente de Horeca tuvo una visión. No llegó al «I have a dream» de Martin Luther King Jr., pero casi. Soñó que debajo del edificio de la Audiencia dormía a pierna suelta un coliseo romano -¿a quién no le va a gustar un coliseo romano?- de proporciones considerables que, de salir a la luz, nos convertiría, no sólo en el asombro de Damasco, sino que haría de nuestra ciudad un polo de atracción turística, comparable -decía el presidente de Horeca- al enclave monumental de Pisa. No sé qué le habría visto a Pisa, pero a él le parecía que el entorno de las Puertas de Tierra, metiéndole la piqueta a los edificios de la Audiencia Provincial, la Delegación de Hacienda y la Subdelegación del Gobierno, era comparable al entramado turístico de la ciudad italiana y allí se veía él contemplando el torreón y tomándose «un refresco frente al monumento». El debate, si es que lo hubo, duró poco, porque aquello no tenía mucho recorrido y porque los arqueólogos de la delegación provincial de Cultura enseguida pusieron en duda que bajo el edificio de la Audiencia hubiera algo que mereciera la pena -tampoco la merece el edificio, dicho sea de paso-, a pesar de la insistencia del presidente de Horeca que estaba empeñado en que «habría que dar al menos una posibilidad antes de desechar la idea».
La cosa es que, desde entonces -hablamos del 2008 precrisis-, no ha habido un gobierno municipal que no haya tratado de hacer algún tipo de intervención en el monumento de las Puertas de Tierra, ya sea tratando de poner en valor -qué rabia me da emplear esta expresión, pero la hemos normalizado tanto que ya no encuentro otra- el torreón, ya sea intentando utilizar el lienzo de la muralla para proyecciones, abriendo -y cerrando- el paseo superior de la fortificación o diseñando fantasías acuáticas -qué habrá sido delaudiovisual que se encargó para la fuente de los chorritos- que «sonaban un poco a ciencia ficción», en palabras del entonces alcalde Kichi. Aquello, qué quiere que le diga, no ha terminado nunca de cuajar, porque a pesar de ser la puerta al casco antiguo, la distancia mental lo coloca lejos de todos y de todo.
Esta semana, volvía a inaugurarse -en Cádiz, las cosas se pueden inaugurar tantas veces como alcance la memoria- después de ocho años cerrado, el torreón de la Puerta de Tierra y el paseo superior de la misma. Queda pendiente la rehabilitación y la musealización del entorno de la muralla, pero desde el pasado miércoles, la ciudad recupera un espacio más para propios y extraños, haciéndole un lavado de cara y renovando la experiencia audiovisual inmersiva en la historia defensiva de nuestra ciudad. Tampoco da para más aquello, no se crea.
Que siempre son bienvenidas las intervenciones que se hagan para recuperar espacios patrimoniales y culturales y para seguir profundizando en nuestra historia, y que esta ciudad -usted lo sabe tan bien como yo- nunca dejará de sorprendernos por lo que esconde dentro de su chistera, es cierto. Pero de ahí a decir que la Puerta de Tierra es nuestra particular Alhambra o nuestra Mezquita, hablando en términos turísticos, y que vendrán de allende los mares a contemplar nuestras fortificaciones, hay un trecho tan largo que me recuerda al sueño del presidente de Horeca y su coliseo romano y su torre de Pisa a la gaditana, no lo puedo evitar.
Porque una cosa es soñar a lo grande y otra muy distinta, es que los sueños se nos queden grandes antes de hacerse realidad. Haga la prueba, en la parte del deseo tenemos dos castillos para contemplar los atardeceres más bonitos del planeta, un montón de baluartes, un sistema amurallado tanto al norte como al sur de la ciudad y un imponente torreón desde el que saludar al sol cada mañana; pero en la realidad, tenemos lo que tenemos: un castillo, que más que encantado parece estar envenenado, una muralla que se traga todo el dinero que se le eche encima y un monumento al que será muy difícil dotar de vida propia. Y hay que ser realistas.
Y no es cuestión de ser derrotistas -aunque me sale de natural-, pero tampoco hay que echar las campanas al vuelo, sobre todo, cuando nos seguimos moviendo con el mapa de las frustraciones en la mano. Cádiz, es la ciudad de lo que pudo haber sido y no fue. Al final, lo del presidente de Horeca no era tan disparatado
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