El Parque tenía un Teatro. Por Yolanda Vallejo
Como no sé muy bien qué es eso de la «disputa civilizatoria» que se cuela, últimamente, en todos los discursos políticos, ni sé hasta dónde puede llegar Aldama con sus pruebas, me pongo muy dramática y me da por pensar que el fin del mundo está cada vez más cerca. Normal, por otra parte; si los gobiernos de Noruega, Suecia, Dinamarca y Finlandia andan repartiendo folletos previniendo a la población sobre todo tipo de calamidades y preparándolos mentalmente para «un hipotético escenario de guerra», no voy a ser yo la que les enmiende la plana a los escandinavos, que para eso son muy previsores. «En caso de crisis o guerra» se llama el folleto sueco de treinta y dos páginas –ya se sabe que los suecos no escatiman cuando se trata de hacer manuales de instrucciones- que contiene infinidad de consejos para sobrevivir a bombardeos, subsistir en condiciones climáticas adversas, detener hemorragias o tranquilizar a los niños y a las mascotas en situaciones críticas. Latas de fabada –bueno, de judías que dicen los suecos-, barritas energéticas, pastillas de yodo, pilas y esas cosas recomiendan tener a mano por «si llega la guerra». Nada nuevo, pero, en cualquier caso, bastante inquietante, para qué vamos a decir otra cosa.
Después del folleto del Ikea-supervivientes, cualquier cosa que nos pase parece una tontería. Ya ve, Sfera ni ha esperado a la campaña de Navidad -y eso que era casi la única tienda de ropa que nos quedaba en el centro de Cádiz-, para echar la baraja e irse con las perchas a otra parte. Tras su repentina marcha, deja tras de sí a una desconsolada clientela y un local enorme en El Palillero con más pretendientes que novios formales; o eso dicen. Que en esta ciudad se escucha de todo: que si una joyería –estamos para muchas joyas en esta ciudad-, que si otra tienda de maletas –para salir corriendo no vienen mal-, que si un espacio cultural –esto que no falte nunca-, que si la sede de una asociación muy potente… ya veremos. Si es que lo vemos, claro, porque la espera se hace eterna cuando se trata de locales comerciales tan céntricos como grandes. Ahí tiene el local de Zara, en Columela, que lleva casi cuatro años sin que nadie le hinque el diente. Tampoco es para escandalizarse, teniendo en cuenta que en esta ciudad los tiempos los marca el reloj de la catedral de Pamplona, que ya sabe usted el dicho.
No hace falta que le recuerde cuanto se eternizan los proyectos en Cádiz, ni cuántos de los proyectos se quedan solo en eso. No, no le voy a recordar Valcárcel, ni la escuela de Náutica, ni el instituto del Rosario - ¿por dónde andará el diseño del edificio inteligente? -, ni le voy a hablar del hospital, la ciudad de la Justicia, los hoteles de Puerto América, la reforma de la plaza de Sevilla, el espacio gastronómico de la estación, el solar de Radio Juventud… no, no pretendo caer en la tentación del paraíso que nos prometieron. No está la cosa como para ponerse exquisitos, la verdad. Pero mientras el mundo se tambalea, viene Ferrán Adriá a decirnos que lo nuestro es de lo más «hot» que hay, y que al Manteca hay que nombrarlo patrimonio cultural de Cádiz, y entonces, nos creemos, otra vez, que somos los reyes del mambo y que aquí se puso el non plus ultra y que traducido resulta que ahora somos más azules que los pitufos.
Yo entiendo que en la guerra cualquier boquete es trinchera y que, lo mismo, el escenario apocalíptico en el que se ha convertido el parque Genovés es parte de una performance preparatoria para cuando venga la guerra –como lo de los suecos, pero sin llave Allen- o el tsunami, y no nos quede otra que vivir entre escombros, y yerbajos. Verá, el parque tenía un teatro. No sé si usted se acuerda porque lo cerraron en 2008 para –decían- someterlo a una reforma integral que lo despojara del pelo de la dehesa catetillo que tenía y lo convirtiera en el primo hermano de la Opera de Sidney. Un auditorio abierto al mar, «integrado en una de las joyas naturales de la ciudad», que en palabra de Martín Vila «podrá parecer que flota entre la vegetación del Parque Genovés«, porque iría «revestido de una piel de vidrio». Una maravilla, a juego con la pérgola-mirador.
Y ahí está, viendo pasar el tiempo, viendo pasar presupuestos, viendo pasar disparatadas propuestas –el uso conjunto entre el Ayuntamiento y la Universidad encabezaba mi lista de despropósitos-, viendo pasar responsables políticos, viendo cómo le pusieron nombre antes de nacer, cómo se iban separando la realidad y el deseo. Esta semana, Adelante Izquierda Gaditana se echaba las manos a la cabeza porque ellos dejaron la obra a un setenta por ciento de su ejecución «y sigue igual que hace un año y medio». Ocho años tuvieron ellos para acometer la obra y no fue bastante, porque el teatro del parque debe un agujero negro que se lo traga todo. Yo lo dejaría como está, así al setenta por ciento de lo que sea porque es cuando más «integrado» está en un parque Genovés que necesita algo más que mejorar.
Los cerramientos herrumbrosos, los jardines mustios, los árboles dejados, el pavimento con boquetes, los bordillos rotos, las fuentes secas, los bancos desencajados… lo de menos es el teatro, ¿no le parece? Porque no es que el parque tuviera un teatro, es el que el teatro estaba en un parque y no en un muladar. Me voy a leer el folleto sueco, por si acaso
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