La peor ciudad para vivir. Por Yolanda Vallejo

Ya se sabe que cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas. Antes se llamaban serpientes de verano y tenían más que ver con invasiones de marcianos, confabulaciones para cargarse a un presidente, o con apariciones parapsicológicas que animaban los periódicos en los meses de canícula. Pero desde que vivimos rodeados de fenómenos paranormales -y para no normales-, la cosa ha dejado de tener interés informativo. A estas alturas, si se apareciera la Virgen a unos pastorcitos o a Yolanda Díaz, por ejemplo, ni nos sorprendería. Y no es que nos hayamos vuelto demasiado crédulos, o demasiado mansos, sino que la realidad supera tanto a la ficción que hace mucho tiempo que peligra nuestra capacidad de asombro. Ya ve, hemos ganado la Eurocopa y aquí nos ha dado por reivindicar que Gibraltar es español, porque en eso de juntar a las churras con las merinas seguimos siendo los mejores. Rancios nos ha llamado Picardo -se ha quedado corto, pero se lo perdonamos por aquello de la cortesía británica- por sacar a pasear al Paco Martínez Soria que seguimos llevando dentro, y que ha obligado a que la ministra Alegría tenga que echar mano del contexto -malo es cuando algo hay que contextualizarlo para buscarle justificación- y decir que la política exterior de un país la establece el Gobierno y no una panda de futbolistas, aunque a esa panda de futbolistas los hubieran jaleado más de medio millón de personas en la plaza de Cibeles. 

Nos movemos del blanco al negro, sin pasar por los grises, eso es evidente. Al capitán de la selección española, nadie le dijo que Pedro Sánchez te podrá parecer lo peor, pero es el presidente del Gobierno y, por tanto, la máxima autoridad política del país. Tampoco le debió decir nadie que con treinta y dos años ya se tiene edad suficiente como para no comportarse como un niñato, mucho menos cuando te están viendo millones de personas. Y para respetar a las instituciones, te gusten o no te gusten. Pero ya sabe usted aquello que decía san Mateo, que no hay que echar margaritas a los cerdos «no sea que las pisoteen y se vuelvan y os despedacen», que es justamente lo que hemos hecho esta semana con la victoria de la Eurocopa. De lo guay que somos porque tenemos un equipo multicultural a lo garrulos que somos porque tenemos jugadores de lo más carpetovetónicos. Qué le vamos a hacer, cuanto antes entendamos que esto no hay quien lo entienda, antes nos acostumbraremos.

Esta semana, además, hemos conocido que Cádiz es la peor ciudad para vivir, según un estudio publicado por un periódico de tirada nacional. Antes nos sacaban en «Callejeros» haciendo el canelo y nos poníamos todos en pie de guerra contra los tópicos. Total, salían unas señoras ultra bronceadas en La Caleta, jugando a la lotería y diciendo lindezas -el contexto aquí lo explica todo-, jaleando al presentador, y los que reparten los carnets de gaditanía salían a romperse la camisa porque en Cádiz no somos así -no ni ná- y siempre nos ponen como lo peor. Ya le digo, eso era antes.

El estudio publicado por «El Periódico» se agarra a los datos que aporta la Inteligencia Artificial -así, como ente- para establecer que nuestra ciudad es la peor de España como lugar de residencia. Y da sus razones, claro está: «altas tasas de desempleo y problemas de inseguridad y limpieza en algunas zonas», las mismas razones que da para Huelva o para Linares, poblaciones que también aparecen en el top five de la Inteligencia Artificial esta, que demuestra que tiene tanto de artificial como poco de inteligente, porque si echamos la vista hacia arriba de la lista, resulta que las mejores ciudades para vivir en este país son Madrid y Barcelona, a las que no me iba yo ni borracha a vivir; y usted tampoco.

El caso es que, si la inteligencia hubiese sido menos artificial, habría encontrado montones de razones para colocarnos en el podio de las peores ciudades españolas donde vivir. Que sí, que lo del paro es un dato objetivo y lo de la limpieza, también. Pero no solo de eso se vive, dirá usted. Y yo también. Cádiz es, cada vez más, una ciudad complicada para vivir. No, no voy a caer en mi tentación favorita, ni le voy a contar -otra vez- lo de los supermercados para turistas, porque tengo más, y mejores argumentos. 

La vivienda, por ejemplo. El aparcamiento, por ejemplo. El transporte público, por ejemplo. El comercio, por ejemplo. Los colegios, por ejemplo. La universidad, por ejemplo, la industria, por ejemplo. La oferta de ocio juvenil, por ejemplo. Todo esto se le ha escapado a la Inteligencia Artificial. Y todo esto son indicadores tan evaluables como el padrón municipal, cada vez más mermado, como usted sabe. Porque no hay situación que no pueda empeorar, claro, y el miedo a bajar de los cien mil habitantes es algo más que una nube gris en el horizonte. Una tormenta de la que ya no nos salvaría ni el «tratamiento especial» de los presupuestos del Estado. 

Dice el refrán que lo poco espanta y lo mucho, amansa. Y en otras circunstancias, el informe de la Inteligencia Artificial que publica «El Periódico» nos habría levantado en armas. Pero ya se lo dije al principio, nos hemos vuelto demasiado mansos y no nos sirve el rabo ni para matar moscas.

Aunque pensándolo bien, casi prefiero que esta pequeña aldea gala siga siendo irreductible. Porque la Inteligencia Artificial tampoco sabe dar con el nombre exacto de las cosas.

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